1912 | La hora de los hidroaviones
Aquel martes, 16 de abril de 1912, muchas eran las personas que dirigían su mirada al sol para comprobar la utilidad de los artilugios ahumados ... que, desde días atrás, se venían preparando con el fin de poder contemplar, sin riesgo de ceguera, el eclipse anunciado para mañana a las 10 y 13 minutos. Sin embargo, además de la lógica expectación por el anunciado fenómeno astronómico, en las tertulias se preguntaba si sería compatible la esperada «inmensa mancha de penumbra» con la claridad que se precisaba para ver la llegada a San Sebastián, por vez primera, de un hidroavión.
La ciudad ya estaba acostumbrada a las peripecias de aquellos pioneros de la aviación que, desde el aeródromo de Ondarreta, en ocasiones perdiendo la vida contra las arenas de La Concha, evolucionaban sobre la bahía pero, en esta ocasión, lo que se esperaba era una nueva clase de avión: el 'hidro', que llegaría pilotado por el francés Louis Paulham.
1912
El 16 de abril, pilotado por el francés Paulham, por vez primera voló un aerohidroplano sobre la bahía de La Concha. En 1934, el gran espectáculo de la temporada fue la llegada de doce hidroaviones al mando de R. Franco
No cabían en sí de gozo los cronistas locales a la hora de alabar las constantes iniciativas del, todavía joven, Aero Club donostiarra, que «echaba el resto» en pro de aquellas máquinas de volar, como lo demostró organizando, allá por 1900, la Primera Semana de Aviación y la que se anunciaba para el próximo año. Para que en San Sebastián, vanguardia del progresismo en tantos terrenos, lo fuera también en el aéreo, el presidente de la entidad, Felipe Azcona, y toda su Junta Directiva, uniendo voluntades y haciendo grandes esfuerzos, quisieron y consiguieron que la ciudad conociera lo que era una de las grandes novedades: el aerohidroplano que no solo llegaría volando y posándose sobre las aguas, sino que se permitiría el vuelo con pasajeros.
El eclipse parcial del sol llegó puntual a la hora anunciada y, un poco antes lo hizo Paulham, procedente de Hendaia, donde le había contratado el Sindicato de Fiestas, con una prolongación del programa que incluía la exhibición en San Sebastián. El hidro «arenizó» a las nueve de la mañana en Ondarreta y esperó a que el sol volviera a su situación «normal». A las once menos cuarto el disparo de cohetes anunció que comenzaba el vuelo y durante ocho minutos el hidroavión evolucionó sobre la bahía, posándose en el agua varias veces. Por la tarde se repitió la hazaña figurando como acompañante el ya citado señor Azcona.
Los siguientes días se llegó a simular accidentes, deteniendo motores y planeando hasta ser recogido por lanchas que lo remolcaban hasta el puerto o la arena. Superada la novedad, en septiembre de 1922 el Real Aero Club organizó el Primer Concurso de Hidroaviones y al año siguiente amerizaron en La Concha, con sendos hidroaviones, los pioneros de la aviación argentina Ángel Orte y Andrés Parera. Al mando del comandante Ramón Franco, el año 1934 doce hidroaviones amerizaron en la bahía, constituyendo el gran espectáculo aéreo de la temporada, y en 1940 llegaron a San Sebastián tres técnicos de la Compañía bilbaína 'Comercio y Navegación' para proponer el establecimiento de una línea anfibia entre San Sebastián y Madrid.
Reunidos con el alcalde y con el Comandante de Marina se trató de buscar el lugar más apropiado para el amerizaje de los hidroaviones, visitándose Orio, Getaria, Pasaia y Hondarribia, pero la decisión final fue tomada en base a un informe, sobre las condiciones meteorológicas de los lugares visitados, entregado por Carlos Santa María Ansa, director del Observatorio de Igeldo. Estos no debieron ser optimistas cuando los promotores del proyecto «se volvieron por donde habían venido, con sus bártulos bajo el brazo».
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