«Sufrí abusos de niña y necesitaba sacarlo de mí»
Marisol Zamora asegura que de niña sufrió agresiones sexuales por parte del escritor y religioso Patxi Ezkiaga
DV
San Sebastián
Sábado, 8 de junio 2024, 06:52
'Enhorabuena por tu valentía', coinciden muchos de los mensajes que Marisol Zamora (Donostia, 1969) ha recibido esta semana «de locura» tras denunciar los abusos ... sexuales que asegura que sufrió durante «cuatro o cinco años» por parte de Patxi Ezkiaga, reconocido escritor, religioso y profesor del colegio La Salle de San Sebastián. Esta loiolatarra, en cambio, no se considera «ninguna valiente. Aquello pasó cuando yo tenía entre 8-9 años hasta los 13, y durante mucho tiempo aprendí a vivir con ello. Pero era algo que seguía latente dentro de mí, y llegó el momento en el que necesitaba sacarlo». Hace «ocho o nueve meses» se lo contó a su marido, unos días después a su hija y, ahora que lo ha hecho público, «he recibido mucho más de lo que pretendía». De entrada, otras tres mujeres se han decidido a delatar a este lasaliano fallecido hace seis años, aunque solo esta semana Marisol ha sabido ya de «doce casos». Pero «lo que no podía imaginar –confiesa esta loiolatarra– es que el Ayuntamiento de Legorreta le fuera a retirar su estatua y el título de hijo predilecto. El alcalde me llamó el martes para decirme que lo iban a decidir en un pleno. Han reaccionado rápido, y solo puedo decirles gracias».
Marisol agradece «todo el apoyo» que he recibido. Ahora sabe que había red cuando se lanzó al vacío con todo el «vértigo» del mundo a contar cómo el religioso abusó de ella cuando visitaba a sus padres o la llamaba al despacho. Ella no fue alumna de La Salle, pero Ezkiaga, al que antiguos alumnos recuerdan hoy como «alguien con un aura diferente, era joven, moderno, daba clases de inglés, introdujo el euskera, creó un club de montaña...», era amigo de la familia de Marisol. «Mi padre era el farmacéutico del barrio, y conocía a todos los frailes. Y en los años 70, si un religioso iba a tu casa, se le recibía». Como aquella tarde, explica, en la que Ezkiaga se presentó cargado de diapositivas tras una salida al monte. Marisol no recuerda bien si «hicimos una merienda-cena, supongo»; pero tiene grabado lo que pasó durante el visionado de las imágenes. A oscuras, narra, el fraile le hacía sentarse a horcajadas sobre una de sus piernas, «y me empezaba a tocar, a friccionar». Con una mano en el mando del proyector, y con la otra en el horror de una niña. «Para mis padres era un buen hombre y no se imaginaban lo que pasaba. ¿Quién iba a sospechar entonces de un fraile?».
Otras veces, «llamaba a casa y les decía que fuera a ayudarle a corregir exámenes o cualquier excusa un sábado por la mañana». Ella solo debía cruzar la calle y subir la cuesta hasta La Salle, entonces un colegio masculino en el que estudiaban sus dos hermanos. Una vez dentro, el mismo protocolo: acércate, siéntate aquí... «Te metía mano, se restregaba. No sé lo que hacía a otras, sé lo que me hacía a mí. Cómo se excitaba», confiesa.
Otro capítulo que recuerda con amargura esta donostiarra sucedió cuando ella tenía «10-11 años». Ezkiaga propuso a sus padres llevar a los tres hermanos a pasar el fin de semana al monte, cuenta Marisol. «En la tienda de campaña, lo normal habría sido que él durmiera al lado de mis hermanos y yo en otra esquina. Pues no. Se puso entre mis hermanos y yo». Ella trató de protegerse para no ser manoseada, pero cuenta que sintió a su espalda su contacto y su alteración.
«Se acabó»
Los ataques acabaron el día que cumplió 13 años. «Me llamó al despacho para darme un regalo». De nuevo sentada sobre las piernas de él, aquella niña que pese a todo tenía su carácter, se revolvió y le lanzó «un órdago. Le dije que esa era la última vez o que lo contaría a todo el mundo. Me respondió que él no había hecho nada. Si hubiera seguido acosándome, no sé si me habría vuelto a negar, porque estaba muerta de miedo».
En septiembre de aquel mismo año 1982, «La Salle comenzó a ser mixto, y las chicas de la generación de 1968 entraron en primero de BUP». Como ella era de 1969, podían haberse matriculado el curso siguiente, pero «ni loca hubiera estudiado ahí».
Sin embargo, la vida le volvió a llevar a La Salle, donde en 1995 comenzó a trabajar «como limpiadora y en la jangela. Conocía a un profesorado laico buenísimo, de mucho nivel». Tanto, que su hija, que ahora tiene 24 años, estudió ahí. Durante los alrededor de siete años que trabajó en el colegio lasaliano, de vez en cuando se cruzó en los pasillos con su pesadilla infantil. «Si podía, me metía en cualquier rincón para no cruzármelo; y si no había más remedio, nos saludábamos», relata mientras alza la cabeza emulando un frío saludo.
En aquellos años 90, Marisol recuerda que «entonces ya había un runrún sobre él», algo que confirman antiguos alumnos: «Le conocíamos como 'el sobón', 'el perver'. No conocía ningún caso de abusos ni había oído nada, pero sí que me cuadra lo que se ha denunciado». «En medio de aquello –añade Zamora–, desapareció un día y se dijo que había ido un año a Roma. No sé, tampoco quiero insinuar nada, pero coincidió así».
Muchos de los casos de abusos sexuales a menores conocidos en los últimos años por parte del clero español eran sobre niños y no niñas. También ha reparado en ello Marisol. «No sé si habrá víctimas entre los alumnos, o tal vez se desahogaba con las niñas que podía captar. Y cuando me planté yo, ese curso ya iban a empezar alumnas. Los doce casos que he sabido estos días son mujeres de diferentes años, así que fue algo que duró en el tiempo». Todas conocieron el despacho de aquel fraile que llegó a dirigir el colegio.
Salir a la luz
Desde aquella vez que Marisol gritó que era «la última vez», han pasado 42 años. 42 años de silencio, y muchas entradas en internet para googlear 'Patxi Ezkiaga'. «Yo buscaba alguna denuncia de abusos. Creía que no podía ser yo sola, y estaba esperando la primera denuncia para ir yo detrás al sprint. No me atrevía a ser la primera». Aquellas búsquedas solo le generaban «rabia» porque «todo lo que leía era bueno: que si un gran poeta, premio Euskaltzaindia, hijo predilecto de Legorreta... Y sí, fue muchas cosas buenas, pero también tuvo un lado muy oscuro».
Marisol empezó a salir de las tinieblas cuando «Ángel Gabilondo, Defensor del Pueblo, salió en la tele con un informe de 777 páginas sobre abusos en la Iglesia, y se dijo que era solo la punta del iceberg». Entonces, se atrevió a verbalizarlo por primera vez. Con su marido. «Tengo una relación preciosa con Iñaki, de confianza absoluta, y nunca se lo había contado. Ha sido un gran apoyo desde entonces. A los diez días se lo conté a mi hija, que casi sintió más rabia que yo». Se animó así a escribir al Defensor del Pueblo, que adjuntó mi caso al informe y me sugirió que contactara con el diario 'El País', que llevaba años haciendo un informe. También me ayudó a escribirles que hace un año nos cambiamos de casa y salimos de Loiola».
En vísperas de que su historia saliera a la luz, se lo contó a sus hermanos, familia política y en el trabajo. «Más que contarlo, lo vomité todo. Una compañera me dijo que por qué lo hacía. Y le respondí que por tres motivos:porque necesito soltarlo, porque si ayudo a una sola víctima a contarlo habrá valido la pena. Y porque quiero que se sepa que ese buen profesor y poeta, y me da pena por su hermano y su sobrino, también fue un malnacido».
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