El señor de las chuletas
Cuándo puede uno entrometerse en conversaciones ajenas siendo que estas conversaciones se hacen a un volumen para que sean escuchadas por todos? Situación: carnicería donde ... un padre acompañado por dos niñas de 11 años compra chuletones y otros cárnicos para brasa. Paralelamente muestra a las niñas –de viva voz– los errores en los que están inmersas: «No, no es verdad lo del cambio climático; no van a desaparecer playas ni Holanda se va a hundir en el mar». Ah, dicen las criaturas. «Todo son adoctrinamientos que os hacen en el colegio». Deduzco que una es hija y la otra amiguita y por un momento creo que debo intervenir y, por lo menos, separar a la que no es de la familia y abrirle los ojos a la verdad. Finalmente, ya se imaginan, me reprimo. Y tenían que oír el tono sabiondo del señor de las chuletas.
Qué le vamos a hacer, también me gustaría enfrentarme a negacionistas del sol: los protectores solares son innecesarios porque el sol solo es bondad, mantienen algunos chiflados. Me tengo que callar, claro, todos somos incongruentes; por ejemplo yo misma confieso que no me emociona la iniciativa de Chillida Leku y Aranzadi, referentes del arte y la ciencia, que proponen intervenciones artísticas que sirvan de refugio para la fauna urbana de pequeño tamaño. No me insulten, me importa poco la vida de los insectos –sobre todo si pican– y de los reptiles con malas intenciones. Y mira, igual el señor de los chuletones es pro-refugio urbano.
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