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La Bauhaus, una de las escuelas de arquitectura más influyentes del siglo XX, preconizaba que estructura y función deben estar íntimamente relacionadas, y el escritor Paul Valéry escribió que «ver es olvidar el nombre de las cosas que vemos». Es decir, cuando vemos una forma, ... deducimos su función de inmediato. Sucede con herramientas y utensilios sencillos (martillo, tijera, cuchillo, escalera...) y también con objetos complejos, como los copos de nieve que, aunque pueden presentar innumerables configuraciones, tienden a crear estructuras simétricas de seis puntas porque es el modo más eficiente de cristalizar que tiene la mínima unidad de agua o fractal (Kepler, 1611). Cada copo es único y es una maravilla de la funcionalidad, que demuestra que el mundo físico existe y que la ciencia y el pensamiento racional son capaces de describir sus leyes, algo que enerva al movimiento anticientífico.
Un dicho popular en biología afirma que «si desconoces la función de un elemento, mira su estructura, que te ayudará a deducirla». En el cuerpo humano, estructura y función están muy ligadas, no porque nadie lo haya diseñado así, sino por la fuerza de la selección natural. La estructura de cavidades y válvulas del corazón es ideal para bombear sangre al organismo. El ojo es como una cámara, la oreja como un auricular, el riñón como un filtro y el hígado como un detoxificador. Las formas podrían ser mejores, pero no más eficientes. Comparado con el ojo del águila, el humano es una chapuza, pero una persona con un ojo de águila tendría enormes dificultades para percibir la realidad exterior, adaptarse y sobrevivir. Bajando al nivel molecular y celular, la doble hélice del ADN es la forma idónea para que la información contenida en un gen se transmita y dicte las instrucciones para la síntesis de proteínas.
La forma de trébol de cuatro hojas de la hemoglobina es ideal para transportar oxígeno a los tejidos y la pentagonal del receptor de un neurotransmisor se adapta como la cerradura a su llave, facilitando o inhibiendo la propagación del impulso eléctrico en el sistema nervioso. El destino funcional de una célula comienza en el instante de la división de su célula madre de la que hereda su forma: las de la piel son alargadas y forman una barrera protectora y las musculares son fusiformes para contraerse y relajarse. Las neuronas son largas y con ramas delgadas (axones y dendritas) que se extienden desde un diminuto cuerpo celular, sugiriendo que están concebidas para comunicar, para que la información fluya a través de ellas, creando entramados complejos de conexiones, únicos para cada individuo. Hay miles de tipos neuronales de formas variadas, pero mantienen los elementos básicos. Esta comunión entre forma y función es válida para explicar funciones cerebrales simples, pero no es extrapolable a funciones muy complejas, como la conciencia. En estos casos, ambas son propiedades complementarias y no cabe deducir una de la otra. La forma induce respuestas emocionales que condicionan nuestra experiencia y conducta. A veces son meros atajos mentales. Por ejemplo, ante una imagen estrellada y otra con curvas, la mayoría asignaría el nombre de Kiki a la primera y Buba a la segunda. Bob trae a la mente una cara redonda y Pili una figura esbelta. La palabra 'mamá' tiene más de una eme en casi todas las lenguas. M suave y dulce de murmullo y amamantar.
En la semifinal del Mundial de rugby de 2019, el equipo de Nueva Zelanda ejecutó su ritual 'haka' para sorprender y atemorizar a sus rivales ingleses. Entonces, los jugadores ingleses se desplegaron en una V perfecta con el vértice hacia abajo, en punta de lanza. ¿Por qué? La visión de una V actúa como un agente estresor, se interpreta como una amenaza, activa la amígdala y el circuito del miedo y desencadena una respuesta de lucha o huida. No es casual que, para alertar de un peligro en una carretera, se instalen líneas compuestas por sucesiones de uves que instan a frenar. En el caso del rugby, la V funcionó e Inglaterra se impuso a la favorita Nueva Zelanda.
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