Las otras voces
Vivimos rodeados de voces sin rostro. Flotan en bancos, aeropuertos, llamadas de teléfono, ascensores o videos de TikTok. Vibraciones invisibles viajan a través de cables, ... redes y satélites hasta llegar a nuestros oídos y logran generar confianza, sospecha, consuelo o rechazo. La voz es el último resquicio de humanidad en un mundo de pantallas. El timbre, las pausas, la respiración nos seducen, nos acompañan, nos sirven de guía aunque no tengan alma, aunque sólo sean un software.
Primero en el teléfono, después en la radio, hoy en asistentes digitales, a medida que la voz humana fue tecnificándose, la voz dejo de contar para empezar a influir. En la publicidad, en los navegadores, en Alexa o ChatGPT, la voz sigue encarnando un rol de género aunque no tenga cuerpo . La voz femenina tranquiliza, la masculina moviliza y, más que un estereotipo es arquitectura emocional. Un timbre agudo, cálido, ligeramente sonreído, abre la puerta a la escucha. Un tono grave, firme, de enunciación lenta, convoca a la decisión.
La voz sintética es, quizá, la forma más íntima de presencia artificial. Hoy, que las voces se diseñan en laboratorios, quizá la pregunta no es qué dicen sino quién nos habla a través de ellas. Cada vez se comunican con nosotros más algoritmos, compañías, sistemas informáticos y, aunque sean voces fabricadas por un chip, conservan una parte intacta de su poder primario. Tienen la capacidad de atravesar el alma antes de que medie el pensamiento.
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