Hasta hace poco, la mentira utilizaba disfraz. Photoshop y los filtros digitales maquillaban la realidad. Ahora, la facilidad de uso de los nuevos programas de ... generación de imágenes con IA provoca una avalancha de imágenes tan realistas como falsas. Decimos que una imagen vale más que mil palabras porque, durante siglos, la observación ha sido la forma más directa de conocimiento. Pero hoy bastan cien palabras con instrucciones a Google VEO o SORA para lograr la imagen de vídeo que te propongas.
Hace diez años, las decapitaciones del estado islámico y la imagen del niño Aylan tirado en la orilla fueron prueba de algo terrible e irrebatible. Hoy, se cuestionarían. Una consecuencia indeseable de convivir con imágenes manipuladas no es que nos las creamos. Es que dudemos de las reales. Detrás de una imagen impactante en redes, el primer comentario que aparece es, «¿será verdad o IA?». No hay imágenes inocentes cuando el ojo se vuelve cínico. Si aplicamos una incredulidad preventiva a lo que vemos ya no buscamos significados sino fallos de programación. Una oreja asimétrica, una mirada impersonal que nos reafirme en la sospecha y demuestre al resto nuestra lucidez. Pero ese escepticismo nos roba la capacidad de asombrarnos, de conmovernos, de rebelarnos.
La nueva censura no prohíbe, confunde. Y cuando todo puede ser mentira crece la indiferencia. Quizá la IA no busque reemplazar la realidad, sino erosionar un poco más la confianza que teníamos en ella.
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