Plaza de Gipuzkoa
Nombres colectivosMuchas dudas forman un mar y muchos periodistas componen un enjambre. A veces, las palabras hacen trampa y no describen las cosas sino cómo las ... sentimos. No son abejas las que cercan con sus micrófonos al famoso de turno y, cuando dudamos, no se abre un océano bajo nuestros pies.
Nombrar es un modo de tocar sin manos. Llamamos oleada a un conjunto de críticas porque las percibimos como una fuerza que avanza, golpea y desestabiliza. Hablamos de una avalancha de turistas cuando nos sentimos sobrepasados. Decimos que las mentiras vienen en sartas para describir el modo en que se enlazan y se apuntalan entre sí para no caerse.
Usamos palabras que no significan lo que dicen cuando no queremos describir la realidad, sino la forma en que nos atraviesa. Cuando confieso estar en un mar de dudas estoy admitiendo que siento miedo de que la indecisión me ahogue. Un abanico de posibilidades no expresa la cantidad de opciones, sino la forma tranquilizadora en que se despliega, se abre y me deja ver alternativas.
Por más que el lenguaje consiga reunir los despropósitos en cúmulos o el trabajo en montañas, las palabras tropiezan cuando intentan nombrar lo que nos tiembla por dentro. La piel, la memoria, los silencios entre frases. No existe nombre colectivo para contar los deseos que guardamos bajo la almohada. No he encontrado un plural elegante que agrupe en un término los abrazos ni los temores. Los sentimientos no aceptan fácil un inventario, quizá porque tienden a desbordarse.
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