Eduardo Tamayo se jubiló en 2015, pero ha sido el médico de cabecera del barrio de Gros durante 32 intensos años, después de pasar por otros servicios sanitarios. Durante estas tres décadas ha visto la evolución de un paciente que ha pasado de «aquel respeto irracional y desmedido» hacia el profesional, a aterrizar en la consulta con el autodiagnóstico bajo el brazo y orientando al doctor en las pruebas que debe realizarle porque, claro, internet dice esto y aquello sobre los síntomas que uno padece.
Así que si este donostiarra tuviera que responder a si internet ha contribuido a intensificar una hipocondría colectiva, su respuesta sería afirmativa y, además, de manera rotunda. «En la red hay mucha información, la gente identifica cosas que no son y se asusta». Por eso recomienda menos autodiagnóstico y más «recurrir al profesional».
Pero al margen de ese brote de sabiduría médica que a uno le invade de vez en cuando, la relación general entre el médico y el paciente dice ser «mucho más cercana y real ahora». Ese acercamiento, que es lo que le entusiasmó de su profesión, empezó a producirse en el momento en el que se amplió el tiempo que se podía dedicar a cada paciente.
Hace un par de décadas, explica, se regían por un sistema que se denominaba «cupo» y que establecía 2,5 horas de consultas diarias en las cuales veían a unos 60 pacientes. Es decir, que más valía que ningún enfermo se fuera por los cerros de Úbeda al explicar su sintomatología porque de lo contrario era fácil sobrepasar los tres minutos de reloj con los que contaban para atenderle. «Aquello era un atropello», exclama. Con el sistema actual, en cambio, el tiempo se amplió a diez minutos, reduciendo el número de pacientes «a 25 o 30», pero mejorando la atención.
No obstante, advierte de que esa confianza entre las «batas blancas» y quien se sienta al otro lado de la mesa está experimentando un retroceso al difuminarse para muchos la imagen de su médico de referencia. «Desde que me he ido, me encuentro con pacientes que me dicen que ya no saben con qué doctor están, porque hay mucho cambio». Y enumera hasta cuatro personas que han pasado por su plaza entre sustituciones, bajas, excedencias y más bajas. «Se está perdiendo esa relación de confianza con el paciente que tanto costó conseguir y habría que cuidar ese aspecto«, señala.
Claro que el movimiento de profesionales no es el único motivo. Una de las decepciones que más ha marcado al doctor Tamayo es, sobre todo, «a nivel de estructura y gestión». Ensalza la profesionalidad de sus compañeros del Servicio de Salud, pero crítica duramente a un sistema que «no está a la altura de los profesionales que tiene».
Así, subraya que la «insatisfacción» del médico de atención primaria de Osakidetza «es muy acusada» porque, según dice, no se le permite desempeñar su función. «En una consulta en la que se atienden 25 personas al día, la mitad son temas administrativos». Y la situación, agrega, «empeora».
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OPE
El doctor Tamayo no se asombró cuando se desvelaron las irregularidades en las OPEs. «Es un funcionamiento que todo el mundo conoce, aunque ahora quieran disimularlo
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Amenaza de un arrestado
Cuando trabajó en la Casa de Socorro, la señora de la limpieza dio una lección a los agentes que habían llevado a un detenido al centro. Éste se puso en el cuello unas tijeras con intención de quitarse la vida, y mientras un agente le apuntaba con la pistola «no sé muy bien para qué», la mujer, con todo el temple del mundo, se acercó y se las quitó.
«Saber es un problema»
Ahora mira al centro de salud del que se despidió hace tres años con cierta nostalgia y piensa en lo que más satisfacción le producía: mejorar la calidad de vida de las personas que estaban pasando por una enfermedad, aliviar su dolor y su ansiedad.
¿Y qué pasa cuando el médico es el enfermo? Se ríe. «Saber es un problema», confiesa. «Me dicen que soy mal enfermo y que magnifico un poco lo que tengo», añade entre risas. Aunque por suerte, para él y sus familiares, no suele estarlo.
Con el ambulatorio de Gros de fondo, recuerda también cuando empezó la carrera en Zaragoza, allá por el año 69, para pasar posteriormente a Urgencias, «porque eran plazas en las que nadie quería estar». En aquellos años, indica, «había puestos para todos, no como ahora».
Tras dos años y medio en este servicio, y después de que un paciente algo pasado de rosca le diera un puñetazo que le dejara inconsciente, pasó por el ambulatorio de Errenteria, así como por la Casa de Socorro, donde vivió otra anécdota curiosa.
La Policía Nacional llevó a un hombre detenido y éste se hizo con una tijera que se puso en el cuello con intención de suicidarse. «Uno de los agentes le apuntó con la pistola no sé muy bien para qué, porque el tío se quería suicidar, pero bueno». La situación se fue tornando cada vez más tensa «hasta que de repente apareció la señora de la limpieza, se acercó y le quito las tijeras como si tal cosa. Problema resuelto«, recuerda.
En estas y otras situaciones se va ganando soltura gracias a la experiencia, pero la primera jornada de todo médico «es un horror», confiesa. La suya, arrancó con una persona que estaba pasando por un proceso gripal. «Menos mal que varios compañeros me dijeron lo que tenía que indicar a cada paciente y llevaba la chuleta bajo la carpeta, porque al principio no te sabes los nombres comerciales de los medicamentos ni su contenido...», confiesa entre risas.
Menos gracia le provoca toda la polémica que está sucediendo con las OPEs. «Todo el mundo conoce el funcionamiento de las OPEs en Especialidades. Que ahora quieran disimular como entidad buscando pruebas y que los interesados que han participado tantos años no quieran declarar por miedo a las consecuencias es una cosa, pero todo el mundo sabe la realidad», subraya.
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