Conformidad y obediencia
EL ÁRBOL DE LA CIENCIA ·
Cinco experimentos para entender por qué ningún político discrepa de su grupoContaba José Bono que, en sus años como Presidente del Congreso, ningún diputado discrepó de su partido. Estos cinco experimentos psicológicos ayudan a entender tanto ... gregarismo. 1.- Solomon Asch proporcionó a unos voluntarios una tarjeta con un dibujo de tres líneas de diferente longitud para que eligieran la más corta. Cuando los participantes decidían estando solos, no había fallos. En cambio, cuando tomaban la decisión en grupo, la tasa de error era de un 30%. ¿Por qué? Todos los participantes, excepto uno, estaban compinchados para responder de forma incorrecta. Y el individuo único se alineaba con la mayoría por no contrariarla.
2.- Stanley Milgram pidió colaboración a gente corriente para el siguiente experimento. Había tres personajes: el científico que daba instrucciones, el aprendiz cómplice y el participante. El científico hacía preguntas al aprendiz y pedía al participante que le aplicara una corriente eléctrica por cada respuesta errónea. En un momento determinado el aprendiz gritaba de (falso) dolor. A pesar de ello, el científico ordenaba que se aumentara la intensidad de la descarga. Un 65% de los participantes ejecutaba la orden sin rechistar. Si alguien dudaba, el científico aseguraba que él asumía la responsabilidad.
3.- Philip Zimbardo reprodujo las condiciones de una cárcel en un sótano de la universidad. Distribuyó a 24 estudiantes de modo aleatorio en dos grupos: 12 prisioneros y 12 guardias. Para dar más realismo, la policía municipal colaboró yendo a buscar a los prisioneros a sus casas para arrestarlos, ficharlos en comisaría y encarcelados con un atuendo de presidiario. No podían emplear la violencia, pero sí hacer que los presos se sintieran temerosos o humillados. El resultado fue espantoso: los guardias asumieron tan profundamente su papel que los reclusos se rebelaron. El experimento hubo de ser suspendido. 4.- Henri Tajfel quiso comprender los requisitos mínimos para discriminar a una persona. Para ello, dividió a los voluntarios del experimento en dos grupos lanzando una moneda al aire. Pidió a los responsables de los equipos que repartieran una gratificación entre los participantes. Tajfel descubrió que el responsable tendía a favorecer a sus compañeros. Concluyó que no hace falta nada para discriminar a un ser humano; basta con pensar que no pertenece al grupo. 5.- David Eagleman estudió con Resonancia funcional la actividad del cerebro de voluntarios mientras veían videos donde se pinchaba una mano con una aguja. Cuando la mano portaba una etiqueta con la misma religión del voluntario, sus redes neuronales relacionadas con el dolor mostraban un pico de actividad más alto que cuando la mano llevaba otro símbolo religioso. Esto indica que se empatiza menos con «el diferente». Estos ingeniosos experimentos sugieren que podemos aceptar afirmaciones absurdas e incorrectas en nombre de la conformidad y que la persona promedio puede discriminar y cometer actos horribles en nombre de la obediencia. Son mecanismos mentales inherentes al concepto de grupo. Esta realidad neurobiológica, raíz de los identitarismos, facilita la polarización y espanta la moderación en el ámbito político. Conviene, pues, no dejarse arrastrar por líderes polarizadores con discurso «antiotros» porque, contraviniendo a Sartre, el infierno no son los otros.
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