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Plaza de Gipuzkoa

Aventura

Jueves, 23 de enero 2025, 00:08

Los paisajes se entienden mejor cuando superponemos épocas. Caminando de Elizondo a Beartzun, veo una plataforma metálica que cuelga cien metros sobre el precipicio: la ... gente se tira (atada), en la atracción principal de un parque de aventuras. En este mismo barranco, por el que ahora vuelan aventureros como llamaradas fosforescentes, hace cien años caminaba la figura lenta y sepia de María Teresa Iribarren, la novena de diez hermanos, que bajaba del caserío Urruska a la escuelita de Beartzun con las abarcas envueltas en vendas para caminar sobre la nieve, mientras recogía ramas para encender la chimenea de la escuela y recalentar las alubias y el tocino que llevaba en el zurrón. Una hora para bajar, una hora y media para subir. A partir de la adolescencia, dos horas para bajar con el caballo a Elizondo y cargar la compra semanal, tres para subir. Y la alegría por esa expedición al pueblo: tanto tiempo libre para caminar con otras chicas del valle, porque el resto de la semana tocaba pastorear, ordeñar, partir leña, amontonar helechos, segar, arar… y algunas noches pasar paquetes de treinta kilos por la frontera con relojes, carburadores, pañuelos y medias de seda, café tostado, pero café pocas veces, porque dejaba un rastro de olor y los guardias se daban cuenta. Nosotros, afortunados, pagamos por practicar deportes de aventurilla donde antaño vivían aventuras verdaderas: aquellas a las que te sometes porque no te queda otro remedio.

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