En 2009 viajé al Chaco boliviano para escribir sobre las mujeres guaraníes afectadas por la enfermedad de Chagas, el maltrato y la pobreza, pero como ... llegué en domingo, me topé con una fiesta: un partido entre mujeres de dos aldeas, con goles, celebraciones y cambios repentinos porque un bebé lloraba y su madre tenía que dejar el campo para darle pecho. Aquellas futbolistas habían montado un campeonato regional a pesar de las burlas y las palizas que les dieron algunos maridos por jugar en pantalón corto. Y en 2011 participaron en la Donosti Cup.
Fue posible gracias a Xabier Azkargorta. El entrenador azpeitiarra, héroe en Bolivia después de clasificarla para el Mundial 94, logró patrocinios para que las guaraníes viajaran a Donostia. Y las dirigió. Recuerdo cómo abroncaba a las defensas cuando rompían el fuera de juego: parecía excesivo, pero era señal de que se las tomaba en serio, sin paternalismos. O cómo corrió por la banda protestando, furioso, porque les habían metido un gol ilegal: era el 11-0, pero le importaba mucho.
Azkargorta murió la semana pasada. Entre sus logros, los obituarios ignoraron uno. Cuando las guaraníes ganaron un partido en la Donosti Cup, Azkargorta las reunió y les dijo: «Chicas, clasificar a Bolivia para el Mundial fue el mayor éxito de mi carrera; pero la mayor alegría que me ha dado el fútbol ha sido esta victoria de ustedes». Ellas lo abrazaron, lo besaron, saltaron y cantaron: «¡Te queremos, profe, te queremos!».
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