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Llueve, llueve sin parar, pedaleo ocho kilómetros para cambiar de pueblo y me refugio empapado en los soportales del ayuntamiento de Madridejos. Un pakistaní y ... un senegalés se explican como pueden sus problemas con los papeles para trabajar y pienso en la impudicia con la que los viajeros por placer usamos la palabra aventura. Por hacer algo, visito el museo del azafrán («las familias cultivaban azafrán y siempre guardaban un poco para los apuros económicos, lo conservaban en el arcón de la ropa buena, así que en fiestas los pobres olían a azafrán»); cuando salgo sigue lloviendo pero quiero avanzar y paso tres pueblos manchegos: Madridejos, Camuñas y Villafranca de los Caballeros.Me desvío a las lagunas. Llueve, voy empapado, ¿y aun así alargo el recorrido para ver más agua? Pues sí, porque acabo de tomarme un cortado y con la cafeína me siento ligero, me río como un bobo mientras pedaleo cantando 'I'm singing In-du-rain'. La Laguna Grande está desbordada, me corta el camino. Hace mucho que no veo humanos pero distingo unas formas oscuras aleteando. Podría decir que son porrones moñudos y ánades reales, pero yo qué sé, si soy miope y llevo las gafas empañadas: patos despreocupados. Las pistas de tierra roja bordean los humedales, me hundo en el barro, las ruedas no giran y me paso una hora arrastrando la bici dos kilómetros hasta una carretera. En Alcázar de San Juan escampa: que deje de llover es un placer mil veces superior a que no llueva.
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