Cuando la italiana vino a vivir a Donostia, las redes sociales le sugirieron que siguiera a personas de estos lares. Me comentó un detalle: «La ... mitad de los hombres vascos aparecen en su foto de perfil con un dorsal». Corriendo, pedaleando o trepando montañas: numerados. Hace unos días el DV contó el caso de un atleta de Portugalete al que estafaron cuando intentaba comprar un dorsal para la Behobia: qué delito tan nuestro, tan atento a nuestras costumbres.
Una amiga irlandesa afincada en Donostia conoció a varios hombres en aplicaciones para ligar y se partía de risa con las propuestas para la primera cita. Uno la invitó a un rocódromo y otro, más romántico, le propuso participar en una carrera de parejas mixtas. Ella no corría nunca pero el tipo estaba bueno, así que empezó a trotar río arriba y río abajo para preparar la cita. La protagonista de una película de amor giputxi sería una mezcla entre Julia Roberts en 'Notting Hill' y Sylvester Stallone en 'Rocky'.
Un alavés me expresó su asombro por las disciplinadas filas que formamos para subir al autobús y lo atribuyó a una característica que le parecía muy guipuzcoana: el gusto por desfilar. «Vuestras fiestas son desfiles», me dijo. Si para Voltaire los vascos eran «ese pueblo que baila al pie de los Pirineos», resulta interesante cómo nos definen ahora los foráneos: los giputxis somos un pueblo que se numera y desfila al pie de Gaintxurizketa. Mientras solo sea para correr los domingos, no parece grave.
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