En Peal de Becerro, un hombre tira del mantón para recoger las aceitunas al pie del olivo. La anciana María me explica las fatigas del ... jornalero, la impertinencia de los grajos que se comen las aceitunas y luego cagan negro en los balcones, y cada dos por tres interrumpe la charla para gritarle a un perrillo bodeguero que nos mira muy fijo: «¿Pero quieres dejar de ladrar, criatura?». Y se parte de risa. Porque el jornalero, el olivo, los grajos y el perro están pintados en un mural hiperrealista del artista local Faustillo, frente a la casa de la señora. «Ese perro no me deja dormir, vaya donde vaya siempre me está mirando, pero qué bonito es y cuánta compañía me hace». Visito los seis murales callejeros de Faustillo; me impresiona el del pastor transformado en olivo, enraizado en el paisaje, vigilando las cabras.
Me impresiona más cuando después, en los campos de Baeza, conozco a Lucas. Nació en Barcelona, hijo de emigrantes jiennenses. Hace 25 años se vino a la tierra de sus padres a levantar olivos, y su cara barbuda fue adquiriendo el color de las aceitunas y la textura de los troncos retorcidos. Cuando camina y gira el cuerpo para ver si viene su perra, rescatada de la perrera, Lucas parece un olivo que se sale de la hilera y viene paseando. Hoy ha terminado de podar. Descansará mientras los olivos florecen. «Aquí no hay dos días iguales. No vuelvo a Barcelona ni loco. Mira qué contenta está la perra en el campo, mira qué contentos estamos los dos».
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