
Juan Luis Manfredi
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Juan Luis Manfredi
Juan Luis Manfredi Sánchez (Sevilla, 1977) es una de las voces más sólidas en el análisis de relaciones internacionales, economía global y diplomacia contemporánea. Profesor ... titular en la Universidad de Castilla-La Mancha y colaborador habitual en medios económicos, ha sido catedrático Príncipe de Asturias en la School of Foreign Service de Georgetown University (2021-2024) y director académico del Observatorio para la Transformación del Sector Público en ESADE. El también miembro del consejo editorial de Esglobal.com, revista de referencia del periodismo internacional en español, ha mantenido esta semana un encuentro con diversas empresas de Gipuzkoa de la mano de la Cámara de Comercio.
– ¿Qué significado le da a los aranceles en la economía actual?
– Los aranceles han venido para quedarse, como norma general. No son una herramienta económica eficaz para transformar la economía estadounidense, que hoy se basa en servicios, tecnología y finanzas. Poner aranceles en un mundo tan desagregado no tiene mucho sentido económico. Pero sí funcionan como proyección de poder. Es decir: 'aquí estoy yo, y puedo alterar la actividad económica global'. Como herramienta económica están fuera de tiempo. Como herramienta de presión, siguen siendo eficaces.
– ¿Cree que Trump tiene una estrategia clara detrás de esas decisiones?
– Trump tiene una doctrina, 'America First', pero no tiene una estrategia. La estrategia implica decidir cómo llegas del punto A al punto B, con qué herramientas, en qué sectores, con qué socios. Y eso no lo vemos. Lo que hay son impulsos que responden a diferentes familias ideológicas, muchas veces incompatibles entre sí.
– ¿Qué corrientes chocan dentro del trumpismo?
– Por un lado, está la familia nacional-conservadora que quiere que las fábricas vuelvan a EE UU. Por otro, los tecnoligarcas como Musk, que operan en cadenas de suministro globales. Tesla se fabrica en China, se ensambla en México y se vende en EE UU. No puedes desmontar esa cadena de valor sin consecuencias. Ambos grupos influyen, y depende del día quién manda. Por eso vemos medidas irregulares, sin hilo conductor.
– ¿Los acuerdos comerciales de Trump, como el reciente con el Reino Unido, son eficaces?
– No son acuerdos multilaterales, como los de la OMC. Son bilaterales o minilaterales. Algunos ni se conocen. No significa que sean falsos, sino que son acuerdos individuales. Una empresa de Gipuzkoa puede conseguir condiciones especiales si se instala en EE UU, pero eso no es un tratado general. Es otro modelo de diplomacia: transaccional. Ya no se negocia por valores, sino por intercambios concretos.
– Siga.
– Es un modelo donde la seguridad se convierte en un servicio. Tú quieres protección, yo te la ofrezco, pero tiene un precio. Y si no lo pagas, no tienes cobertura. Esto se ha visto en los acuerdos con Ucrania: no hay una defensa de la democracia, sino un intercambio de intereses. Lo veremos con Gaza. No hay garantías a largo plazo. Es una visión mercantilista de la diplomacia.
– ¿Cómo deben adaptarse las empresas a este nuevo entorno?
– Primero, deben entender que esto no es pasajero. No es Trump, es un cambio estructural. Está pasando en muchos países. Segundo, deben diversificar mercados. Ya no basta con mirar a EE UU o Europa. Hay que mirar a África, Filipinas, Malasia... Y tercero, hay que anticipar. No saber todo, pero sí conocer la política local, gestionar la reputación, tener buenos aliados en destino.
– ¿Qué es eso que llama riesgo político de perfil bajo?
– No hablo de guerras inminentes, sino de señales de malestar social que anticipan cambios políticos. El trumpismo lo votaron 70 millones de personas. Había que saberlo. Si una empresa tiene fábricas en Turquía, debería saber que la crisis siria va a impactar ahí. Hay que identificar esas corrientes subterráneas que van configurando el contexto.
– ¿Qué lectura hace sobre Europa?
– Creo que el apagón es buena muestra de que Europa no se toma en serio a sí misma. Seguimos troceando el mercado interior: energía, banca, capitales... Lo dijo Letta en su informe: el coste de la falta de desarrollo del mercado interior nos cuesta 300.000 millones de euros. El mundo no va a cambiar, la incertidumbre no va a parar, la globalización impredecible continuará, y Europa, o juega sus cartas y se convierte en un actor principal con sus cerca de 400 millones de personas, o no tenemos nada que hacer.
– ¿Entonces el discurso de la autonomía estratégica es solo eso, discurso?
– Por ahora, sí. Autonomía estratégica implica poder industrial, financiero, militar. Y eso no se improvisa. Hemos regulado mucho pero sin desarrollar una alternativa propia. No hay un Google europeo. No basta con regular. Hay que invertir y competir.
– ¿El papel de las tecnológicas es cada vez más político?
– Sin duda. Apple, Tesla, Amazon... toman decisiones que tienen impacto geopolítico. No son solo empresas. No podemos seguir tratándolas como actores neutros. Y sus decisiones afectan a las cadenas de valor, al empleo, a la soberanía tecnológica.
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