Conozco cuatro maneras distintas de llamar a la lluvia fina. La más conocida mundialmente, al menos en mi mundo, es sirimiri. Sabemos lo que es, ... pero no dice gran cosa. En Asturias le llaman orbayu, que no significa gran cosa. Los gallegos la denominan babuña, que empieza a decir algo pero tampoco demasiado. Donde la definen con mayor exactitud y acierto es en Madrid y alrededores: calabobos. Es la mejor expresión de esa lluvia tan característica en Galicia pero que ayer no hizo acto de presencia. Lo agradecieron los ciclistas.
La Vuelta ha llegado pocas veces a Ourense. Todavía era Orense a secas cuando en 1967 crucé la línea de meta por delante de Dancelli, quien lucía entonces el maillot de campeón italiano, lo que da un valor añadido a la victoria. Fue sobre una pista de ceniza, no en el repecho de ayer, en una llegada que se las traía casi en plena curva. Menos mal que el triunfo no se resolvió al sprint en un gran grupo porque ya me contarán lo que podía haber sucedido.
Guardo un buen recuerdo de aquel día, en una Vuelta que no pude acabar por la fractura de fémur sufrida en el descenso de Andazarrate. Siguiendo con Dancelli, en aquella Vuelta se comentaba que, como en su camiseta lucía los colores de la ikurriña, prohibida entonces, en Bilbao le iban a levantar en hombros para darle una vuelta de honor. Las autoridades podían evitar mostrar la ikurriña, pero no los colores de la bandera italiana. Dancelli se olió algo y se retiró de la carrera para evitar dar la vuelta al ruedo.
La etapa de ayer tuvo un desarrollo previsible. Me sorprendió que Astana no filtrara a nadie en la escapada y luego, ya sin posibilidades de caza, pusiera a tirar a la mayoría de sus corredores en una operación que sonaba a rabieta del director. Creo que la carrera va a seguir este mismo guion hasta el sábado, cuando La Covatilla dictará sentencia.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión