Lo que ha dado de hablar y lo que dará que hablar. Es fácil hacer amigos y al mismo tiempo enemigos. Movistar prefirió echar una ... mano a Roglic que a Carapaz. El ecuatoriano defendía el año pasado los colores del equipo telefónico y tengo entendido que su marcha no fue precisamente de mutuo acuerdo. Desconozco lo que existirá en el fondo, si Carapaz dejó o no una espina clavada en su primera casa como profesional, pero lo de ayer en La Covatilla indica que sí.
Probablemente Marc Soler y Movistar buscaban la victoria de etapa con ese ataque en el penúltimo puerto para enlazar con la fuga. Ahora bien, estaba claro que no resultaría fácil remachar después a corredores como Ion Izagirre y Gaudu, que iban en butaca porque Française des Jeux y UAE realizaron un trabajo enorme en cabeza. En mi vida había visto a Rui Costa tirar de esa manera para un compañero.
Un segundo objetivo de Soler y de sus directores podía ser hacer de puente para un ataque de Enric Mas en los últimos kilómetros. Sin embargo, no me parece realista creer que el mallorquín fuera a descolgar a cuatro corredores que se han mostrado superiores a él en toda la montaña de la Vuelta.
Roglic dispuso de una doble ayuda en los últimos cinco kilómetros. Primero, la de un compañero descolgado de la fuga. Tiró del esloveno unos metros. Lo agradeció el maillot rojo. Si Dumoulin hubiera dispuesto de ese hombre en la Vuelta de 2015 ante Aru, el holandés no habría perdido la carrera. Y a continuación apareció el Movistar al rescate. Hay quien asegura que ir a rueda no supone una ventaja en la ascensión a los puertos. Que se lo pregunten a Roglic. La diferencia se hace todavía más patente cuando sopla el viento de cara, como ayer.
Nunca sabremos si Carapaz, a quien personalmente no daba por descartado desde la contrarreloj, habría sacado 45 segundos a Roglic, que rozó la tragedia del Tour.
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