Van Aert es un portento. Vuelve a quedar claro. Exhibió un poderío enorme en el sprint. Menos mal que se quedó encerrado dos veces después ... de que Matthews arrancara, porque de lo contrario habría metido un segundo al resto. Gana solo o al sprint. Se lleva una etapa con dos ascensiones al Ventoux, domina pruebas de un día con o sin adoquines, se impone en llegadas masivas como la del año pasado en los Campos Elíseos, es contrarrelojista. No hay nadie más completo.
Quizá algunos vean un dilema en el equipo Jumbo: centrarse únicamente en la general o dedicarse a ganar etapas con Van Aert. Pienso que les da para ambos objetivos. El equipo neerlandés aspira a más y dispone hoy de una etapa ideal para tantear, para comprobar hasta dónde llegan los compañeros de Pogacar en la defensa del maillot amarillo.
El Tour recaló ayer en Suiza, parada frecuente de la prueba y que me trae un recuerdo agridulce. En mi primera participación, en 1966, dispuse de la única oportunidad real de ser ganador de etapa. Aquella jornada acabó en Chamonix tras recorrer unos kilómetros por tierras helvéticas. Iba escapado con Edy Schütz, al que no pude seguir por un dolor fuerte de rodilla. Llegó solo a la línea de meta. Aunque el luxemburgués era rápido, tenía opciones. Al día siguiente recibí una infiltración que me dejó como nueva la rodilla. Tarde. Y en la salida me dieron un reloj Omega chapado en oro que correspondía al primer corredor en cruzar la frontera con Suiza. No tenía ni idea de la existencia de ese premio. Lo agradecí.
También tengo otra anécdota de la Vuelta a Suiza de 1973, ganada por mi compañero de equipo José Manuel Fuente. Antes del inicio de la séptima etapa se me acercó Bergamo, el campeón italiano, y me ofreció una cantidad para hacer de lanzador suyo en la llegada. «Si puedes ganar tú, también yo», le respondí. El copón, a Oiartzun.
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