Los odiosos 8. Treinta años del duelo Lemond-Fignon
Compañeros y técnicos del francés rememoran su cruel derrota del Tour de 1989 hace hoy tres décadas
Cualquier aficionado al ciclismo de más de 40 años podrá recordar dónde estaba hoy hace 30 años. Ese día la crueldad visitó París y se ... cebó con uno de sus ciudadanos. Aquella tarde, Laurent Fignon perdió contra pronóstico el Tour de Francia en los mismísimos Campos Elíseos. En los 24,5 kilómetros de la contrarreloj final, el parisino fue derrocado ante sus vecinos por Greg Lemond, que remontó su desventaja de 50 segundos. El californiano se coronó por solo 8 segundos, la menor diferencia entre la gloria y el infierno deportivo en la historia de la Grande Boucle. Treinta años después, aquel sorprendente final no resulta tan inesperado al conocer la intrahistoria. Fignon comenzó a perder el maillot amarillo desde la víspera.
En cualquier caso, la clausura de aquel Tour superó a un inicio que parecía insuperable. Pedro Delgado, el vencedor de la edición anterior, regaló 2:40 minutos a sus rivales antes de arrancar el prólogo inicial al despistarse en las calles de Luxemburgo. El segoviano subió al podio final, tercero a 3:34 de Lemond, quien privó a Fignon del que hubiera sido su tercer triunfo en el Tour tras los de 1983, ante Ángel Arroyo, y 1984, delante de Bernard Hinault y el propio Lemond.
Tres décadas después, la prestigiosa revista francesa Vélo ha hablado con el entorno más próximo a Fignon en aquel Tour. Su compañero de habitación, el francés Pascal Simon, desvela el jueves anterior Fignon, a quien describe como «un chico muy tranquilo, afable, contrariamente a lo que se podía pensar de él», le había traslado sufrir «un pequeño dolor en la entrepierna». Se trataba de un forúnculo, un problema habitual en el pelotón de la época. «Estaba de moda llevar la tija del sillín muy alta, y el roce con el culote provocaba irritaciones. Yo mismo tuve alguno. Hoy es el día que se me ha quedado como una bola del tamaño de una nuez en la zona. Como un tercer huevo», enfatiza quien había debido abandonar el Tour de 1983 siendo líder tras aguantar varios días con un omóplato roto. Curiosamente, entregó el liderato a Fignon.
También vistiendo el maillot amarillo, Sean Kelly se retiró de la Vuelta a España de 1987 por un forúnculo. «Ese problema no era nada raro en la época. Fignon tampoco le dio nada de importancia al principio», recuerda su masajista, Alain Gallopin. «Estas cosas evolucionan muy rápido, en tres o cuatro horas. Todo se agravó la víspera de la contrarreloj, tras la llegada a L'Isle-d'Abeau», resume su director, Cyrille Guimard, el padre deportivo tanto del parisino como del californiano, a los que reclutó para el Renault desde el pelotón amateur.
Sin embargo, nada hacía temer por los laureles de Fignon. En el traslado del pelotón en el TGV hasta París, el ciclista Christophe Lavainne hacía las cuentas de la lechera. «Con la prima del patrocinador (Système U), cada corredor nos embolsaríamos entre 60 y 80 'briques' (unos 100.000 euros actuales)», apunta el también corredor Vincent Barteau. «Hacer las cuentas del boticario nos dio mala suerte».
En el equipo habían tratado de mantener en secreto el inconveniente del forúnculo. «Yo no estaba al corriente de nada», admite Thierry Marie. «Yo sabía que tenía algún problema, pero no el grado de gravedad», conviene su coequipier Gérard Rué. Algo había trascendido a la prensa, y en la estación de tren aguardaba una nube de periodistas. «Había algunos rumores sobre el estado de salud de Fignon, y fue avasallado. En un momento, Laurent escupió a la cámara de una televisión española (era de TVE) y lo miso podía haber soltado algún puñetazo. Nos tuvimos que poner tres o cuatro compañeros para protegerle. Finalmente, llegamos al hotel», describe Rué, quien luego sería gregario de Miguel Indurain en el Banesto.
Los corredores veían «nervioso» a Guimard, quien en medio del hermetismo hizo «llegar de urgencia desde Lyon» al doctor Chevallier. El médico concluyó que Fignon sufría «una epidimitis». Es decir, la inflamación del epidídimo, un conducto del órgano reproductor masculino, debido a «un pinzamiento provocado por el sillín», explica el director. «No le podíamos operar la víspera de una crono decisiva».
Esquivo en el hotel
Fignon se mostró esquivo esa tarde en el hotel. «Apenas le pudimos ver. Pero en cualquier caso era un ser bastante impenetrable, imposible de determinar si estaba bien o mal. Como cuando muchos años después sufrió el cáncer» que acabó con su vida, apunta su mecánico, Jacques Marget. «Si no hubiera sido ciclista, yo me imagino a Laurent viviendo como un ermitaño pendiente de sus ovejas. Lo pasaba mal cuando lo paraban en la calle para pedirle un autógrafo», describe Barteau.
En la habitación, Fignon sí compartía su preocupación. «Aunque no me enseñó la herida, decía que era como un huevo. Estaba preocupado. Cogió un libro para tratar de evadirse. Como todos los días, a las diez de la noche apagamos la luz. Pero no había forma de cerrar los ojos. Le sentía respirar en la cama de al lado. '¿Duermes, Pascal?' 'No'. Pasamos la noche en blanco, pero Laurent no salió derrotado en la contrarreloj. Confiaba en ganar», resuelve Pascal Simon. «Todos pensábamos que 50 segundos serían suficientes en 24,5 kilómetros», añade Alain Gallopin.
El masajista ya había advertido a Fignon de la resurrección de Lemond tras el accidente de caza que a punto estuvo de costarle la vida y que había cortado su proyección tras su primera victoria en el Tour de Francia tres años antes, en aquella edición en la que tuvo sus manos y sus menos con su compañero Hinault, antes de que ambos llegaran de la mano a la meta de Alpe d'Huez. «El Giro de 1989 lo ganó Fignon. Yo conducía el segundo coche del equipo y veía que la condición de Lemond mejoraba con los días. Le advertí a Laurent de que debería contar con él en el Tour. 'Él no podrá joderme', me respondió». «Ni el propio Lemond confiaba recuperarse de tal pronto», afirma Thierry Marie. «Cuando él se puso líder en las primeras etapas, yo estaba cerca en la general. Me decía que le dejara disfrutar del maillot. Él pensaba que explotaría en la montaña». «De hecho», añade Rue, «cuando Greg iba de líder éramos los del Système U los que asumíamos el peso de la carrera».
Pero a esas alturas, a escasas horas de afrontar la contrarreloj final, la mentalidad de Lemond ya era otra. «Me crucé con él en el TGV y me dijo 'sabes, Vincent, que no he perdido el Tour'», rememora Barteau.
El norteamericano, un gran especialista en las cronometradas, se presentó en el Tour con aquel manillar de triatleta y un casco aerodinámico que fueron toda una revolución en la época. Sin embargo, en la primera contrarreloj larga, de 73 kilómetros en Rennes, solo había aventajado a Fignon en 56 segundos. Pero Jacques Marget, el mecánico del francés, se puso en alerta. «Les dije a Guimard y a Armel André, el ergónomo del equipo, que debíamos hablar con Raleigh, nuestra firma de bicicletas, para conseguir una bicicleta sobre la que montar un manillar como el de Lemond. Fignon también lo quería. Por distintos motivos, no pudo ser. Llegué a hablar con Jose Alvarez (un fuerte distribuidor de la época) para intentar conseguir un manillar. Con él, Fignon habría ganado el Tour».
«Dejémonos de polémicas», interviene Guimard. «El manillar de Lemond estaba prohibido y si la UCI hubiera aplicado su reglamento, Lemond no habría podido utilizarlo y Fignon se habría impuesto pese al problema del sillín». «¿Por qué no uso ni un casco aerodinámico?», se cuestiona Gallopin al recordar la coleta al viento del galo. «Siempre es difícil reconocer los errores», añade Magret. «No voy a entrar ahora en los detalles, pero Fignon nunca debió perder aquel Tour», critica Marie.
Los minutos previos a la salida de la contrarreloj fueron tensos. El duelo psicológico estaba servido mientras los dos corredores trazaban pequeñas vueltas circulares cerca de la rampa de salida. «Lemond pasaba delante de Fignon enseñándole su bicicleta como diciendo 'yo estoy bien equipado para la batalla. Tú no'», opina Marget.
Para entonces, Fignon no había podido preparar en condiciones su puesta a punto debido a su maltrecha entrepierna. «Por la mañana anuló el paseo en bicicleta para soltar piernas», dice Marget. «Si la última etapa hubiera sido en línea sobre 150 kilómetros, Laurent no habría podido tomar la salida. Pero sobre 24,5, lo debía intentar. Apenas calentó porque sabía que iba a sufrir mucho sobre la cabra», coincide Guimard.
Ver hoy el vídeo de aquella etapa debe de suponer un drama en aquella familia del Super U. La impecable silueta de Greg Lemond acoplado en su manillar, con el casco aerodinámico y el buzo del modesto equipo ADR, impresiona en contraste con la más desgarbada figura de Fignon. Mientras Lemond movía «un 54x12, Laurent hizo toda la crono con los piñones 13-14-15. No dejábamos de ceder segundos», lamenta Marget. En el primer punto kilométrico, Fignon se dejaba ya 20 segundos. «Fignon no se derrumbó. Pasó que perdía dos segundos cada kilómetro como si fuera un metrónomo. Maldito manillar», resuelve Rué.
Marget, el mecánico, viajaba en el asiento trasero del coche del equipo que conducía un Guimard al que veía «muy nervioso al volante». Llevaba como copiloto a Jean-Claud Jaunet, el patrón de Super U. «A pie de la subida final a los Campos Elíseos aún mantenía una mínima esperanza», admite Guimard. Rué, en cambio, señala que «en el viraje junto al Arco del Triunfo, le faltaban 30 segundos para cruzar la meta. Creo que fue Lavainne el primero que dijo 'mierda, vamos a perder'. El comentarista de televisión confiaba en un fuerte final de Laurent, pero los corredores lo vimos claro». En meta, «la cabaña se derrumbó sobre el perro», traga su bilis Guimard.
Por ocho segundos, el que hasta este año ha sido seleccionador francés perdió el que habría sido su última victoria en el Tour como director. Fignon, que pese a todo acabó tercero aquella contrarreloj solo por detrás de Lemond y Marie, se sentó en el suelo en medio de una nube de cámaras. Era la imagen de la derrota. La desolación vestida de amarillo.
«Fue un momento inmenso», recuerda Guimard, «pero menos doloroso que el Giro de 1984 perdido contra Moser. Aquel Giro fue un robo», en alusión a los helicópteros de la RAI que siguieron a ambos corredores en la contrarreloj final, uno delante del francés que sufría de cara el viento que generaba la aeronave, otro detrás del trentino, viento en popa.
La noche en París no fue un drama. «Fignon quiso mantener la fiesta que habíamos organizado». Fue «el principal animador» durante la velada, coinciden los presentes. Aseguran que Fignon les dijo que «esto solo es deporte. Se ha perdido un Tour, ganaremos otros». Fue su última oportunidad.
Pese a lo que pudiera parecer aquella noche y los días siguientes, en los que Fignon trató de animar a su gente y quitar trascendencia a su derrota, Thierry Marie considera que «nunca digirió el final de aquel Tour. Desde ese día fue una persona melancólica. Su cuerpo quedó marcado. Nunca quiso volver a hablar de todo aquello. Nunca lo sabremos, pero el cáncer que se lo llevó (en 2010, cuando tenía 50 años) pudo estar relacionado» con lo acontecido aquella tarde del 23 de julio de 1989. Los odiosos ocho segundos, que diría Quentin Tarantino, que martirizaron a Fignon.
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