Van Aert es un fuera de serie. Me tiene impresionado. El martes asfixió a casi todos los escaladores en Orcières-Merlette y ayer superó a ... un puñado de velocistas. Ya hay quien le compara con Roger de Vlaeminck. Sí, tienen varias similitudes: son belgas, clasicómanos, rápidos en las llegadas, excelentes rodadores y han sido campeones del mundo de ciclo-cross. Desde luego, el historial de Van Aert es de momento más corto que el de De Vlaeminck. Su equipo, Brooklyn, firma de chicles, regaló al belga un Ferrari por ganar la Milán-San Remo. Moser le fichó para que le ayudara a ganar la París-Roubaix. En lo que no se parecen nada es en el físico. Van Aert posee una planta espléndida, mientras que De Vlaeminck, escuálido, estaba en los huesos. Tampoco Roger andaba en contrarreloj tanto como este nuevo fenómeno.
Alaphilippe ha perdido el maillot amarillo debido a una penalización por avituallamiento indebido dentro de los últimos 20 kilómetros. La medida puede parecer rigurosa, pero aplicarla al maillot amarillo sirve de ejemplo. Es una metedura de pata del corredor y de quien le avitualló. Tienen todo el día para nutrirse y es un error apurar hasta ese límite. De todas maneras, les vendrá bien al propio Alaphilippe y a su equipo ceder el liderato. Les libera de presión.
Por lo demás, la tranquilidad de pelotón contagió al temido mistral. No apareció. Tuvimos que conformarnos con el sprint y esa pugna por filas entre Jumbo-Visma e Ineos, cada uno por su lado, en una posición más propia de los equipos con sprinters que de aquellos con aspiraciones en la general.
Estamos en un Tour atípico. Hay mucho respeto y nadie sabe cómo responderá la última semana. La etapa de hoy, con un final duro, puede decidir más hacia atrás que en los puestos de cabeza. Si bien alguno o algunos quedarán fuera de la pelea por la victoria final, no presumo grandes diferencias entre los favoritos de verdad.
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