La entrada al cielo, colapsada
Si para ganar el cielo hace falta sufrir, a estas horas hay overbooking a la entrada. Los participantes en el Tour de Francia colapsan las ... puertas. Sufrieron todos, y de qué manera. Hasta Tadej Pogacar, que parecía intocable. Subir dos veces el Mont Ventoux me parece inhumano, salvaje. Me remito a las caritas que llevaban los corredores.
El trabajo de Ineos en cabeza de pelotón contribuyó a menguar las ya escasas fuerzas del pelotón. Desconozco si la orden se debió a que no filtraron a ningún corredor del equipo en la fuga del día o a que piensan en la clasificación general. Las consecuencias del ritmo impuesto se dejaron ver en los kilómetros finales, con la carrera rota en pedazos.
Escribía hace unos días del miedo que despertaba en mí lo que faltaba. La superioridad demostrada en los Alpes invitaba a decir que no había razones para creer en una derrota de Pogacar. Mira por dónde, no pudo seguir a Vingegaard en el último tramo del segundo paso por el Ventoux. Y se quedó prácticamente sin equipo a pesar de que otros cargaron con la mayor parte de la responsabilidad al frente del grupo principal. Cualquier jornada se te puede torcer a la mínima. Queda alta montaña. Un abanico a cien kilómetros de meta es suficiente para descabalgarte. Y eso sin ningún percance de por medio. No se puede dar por terminado el Tour. Lo de Vingegaard es un triunfo. Más moral que efectivo, sí, pero sus consencuencias se pueden dejar notar en los Pirineos.
Hay otra carrera por detrás. Tres compañeros esperaron a Cavendish. Funcionaron cronómetros y calculadoras. Entrar dentro del control es un triunfo para él.
Y dejo para el final a Van Aert, segundo la víspera al sprint detrás de Cavendish y ganador de la etapa con dos pasos por el Ventoux. Es completísimo. Imaginen a un corredor que rindiera así a diario. Es lo que hace falta para ganar el Tour. No basta con exhibiciones puntuales.
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