Los cincuenta últimos metros valieron el doble de los 194 kilómetros anteriores. Los amantes de las etapas que se juegan al sprint tienen motivos para ... estar satisfechos. Mereció la pena esperar. Como les sucedía a aquellos aficionados al toreo, pudientes por supuesto, que recorrían miles de kilómetros detrás de Curro Romero para ver no una faena, sino una tanda de verónicas, una media o un simple pase. La montaña no tardará en llegar. Mientras, disfrutemos de Caleb Ewan.
El australiano de rasgos asiáticos es un bazuca. Cuando parece que se impone el molde de los ciclistas de 1,85, surge un velocista de 1,65 que deja boquiabierto a medio planeta. No le veremos pasar en cabeza un puerto, pero es pura dinamita. Por su constitución me recuerda a los japoneses del keirin, a Koichi Nakano, diez veces campeón del mundo de velocidad en los velódromos.
Se le hizo largo el sprint a Peter Sagan, a quien el ganador adelantó pegado a las vallas de forma espectacular. Bennett se disponía ya a levantar los brazos y le sucedió lo mismo. Ewan llegó como una exhalación en una recta larga... pero estrecha. El libro de ruta marca una anchura de seis metros. Eran menos. Si el sprint resultó limpio no fue porque sobrara sitio.
Ya cerca de la llegada vimos la voltereta del líder de la montaña. No se debió a los frenos de disco. Los llevaba de herradura. Me recordó a Segundo Goikoetxea, que tenía fama de estar involucrado en todas las caídas. Un día ganó la carrera de Sabiñánigo y por megafonía dieron el nombre del vencedor: «Segundo Goikoetxea». No le gustó al de Altsasu, que replicó con rapidez: «Segundo no, primero».
Si la etapa discurrió ayer por la Ruta Napoleón, la de hoy cruzará la que debería llamarse Ruta Luis Ocaña. El de Priego protagonizó camino de Orcières-Merlette una de las mayores gestas que recuerdo sobre una bicicleta. En el Tour de 1971, distanció en más de ocho minutos a Eddy Merckx. Memorable.
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