Hace mucho tiempo que existen los días de descanso en el Tour, pero en dos de mis participaciones, las de 1969 y 1970, la organización ... se las saltó. Ni una, ni dos. Ninguna. Curiosamente, Eddy Merckx ganó ambas ediciones. Le daba igual descansar que seguir sobre los pedales. Los corredores de aquella época teníamos fama de bestias, pero los organizadores nos ganaban en ese apartado. Los libros que Valentín Dorronsoro me traía de la carrera ayudan a encontrar detalles curiosos y significativos.
Guardo dos recuerdos del Galibier. Uno, las paredes de nieve al borde de la ruta que rascábamos con el bidón para aprovisionarnos de agua. Avituallamiento líquido a la antigua. El segundo, cómo después de ascender el Télégraphe había una pequeña bajada y de repente me encontré un cartel indicador: 18 kilómetros a la cima. Mejor mirar hacia abajo que para arriba. No es un puerto con rampas duras. De hecho, no echábamos de menos piñones más grandes. Bastaba con los que llevábamos. Son puertos interminables, bonitos para el espectador porque ofrecen panorámicas amplias.
Los menos beneficiados por las jornadas de descanso son quienes más fuertes están. Eso dice la teoría. Sin embargo, la realidad es tozuda y capaz de llevarte la contraria. Veremos qué sucede hoy en una jornada de algo más que 'petits repeches'.
La alta montaña está a la vuelta de la esquina y en teoría juega a favor de Pogacar, intratable a menudo en ese terreno. La impresión es que aumentará la ventaja. Luego, la carretera dará o quitará razones. Veremos la estrategia que adoptan Jumbo e Ineos. Permanecer a la expectativa a la espera de que el rival falle no parece lo correcto. Los Alpes pueden decir más que los Pirineos. Lo mismo a favor que en contra. Tanto para unos como para otros.
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