Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi | Directores de 'Maspalomas'
«En las escenas de sexo, hay un punto en el que notas que hasta aquí puedes llegar», afirman los directores, que en 'Maspalomas' trabajaron con coordinadores de intimidad por primera vez
Dirigida por Jose Mari Goenaga (Ordizia, 1976) y Aitor Arregi (Oñati, 1977), 'Maspalomas' pasa este domingo por la competición de la Sección Oficial con la ... historia de un homosexual que decide ocultar su condición cuando se ve obligado a ingresar en una residencia de ancianos. La película aborda un conflicto no resuelto en torno a la propia identidad, en este caso sexual, a través del personaje de Vicente, al que da vida un imponente José Ramón Soroiz. Del 'cruising' en las dunas de la playa de Gran Canaria a la residencia de Euskadi, el protagonista se sumerge en un viaje interior en busca de sí mismo.
– La primera pregunta es para Goenaga, guionista también de la película. ¿De dónde surge 'Maspalomas?
– Jose Mari Goenaga: De dos sitios: uno, de mi primer viaje a Maspalomas, en 2016. Me sorprendió porque es un lugar turístico, pero también un lugar turístico 'gay'. Me encontré con un microcosmos llamativo. Y paralelamente, leí algún artículo que hablaba de que la gente del colectivo LGTBIQ+ vuelve un poco 'al armario' cuando ingresa en residencias de ancianos. La realidad que se encuentran les resulta hostil y deciden ocultar su condición sexual, que en muchos casos les costó exteriorizar. Decidí unir las dos cosas.
– Es una película muy corporal: la primera parte, cuerpos en el placer y la segunda, en la dependencia y los cuidados.
– Aitor Arregi: Me parece acertado eso que comenta, aunque no recuerdo que lo hayamos hablado. Lo primero que ves es hombres desnudos en las dunas, con la intención de generar dudas en el espectador sobre lo que está viendo. Y desde luego, la corporalidad está muy presente en un mundo en el que el 'cruising' también lo está.
– Luego, la película va a una intimidad corporal vinculada a la dependencia.
– A. A.: Efectivamente, todo lo que se vive en una residencia. Y unido a esto, está el edadismo y el deterioro físico, con la lectura que hace la gente respecto a cómo es cumplir años. Está muy presente qué debería o no debería hacer una persona en la tercera edad.
–J. M. G.: Esa fisicidad en la residencia se da entre los cuidadores y los mayores, pero también entre los propios mayores. El tema de la película es el conflicto del protagonista con su identidad sexual y desde ahí, nos interesaba mostrar esa sexualidad y esa fisicidad. En 'Maspalomas' es mucho más rotunda, pero en la residencia también hay esos acercamientos físicos. Incluso otros personajes demuestran sus impulsos sexuales.
– Eso es tabú...
– J. M. G.: No sé si es tabú, pero parece que se ha instaurado la idea en parte de la sociedad de que la gente mayor no tiene impulsos sexuales. La residencia es una metáfora de la sociedad, esto es, homogeiniza. A priori te suponen heterosexual y sin sexo. Depende de ti levantar la mano y decir. «Yo no soy así, soy de otra manera».
–A. A.: Levantar la mano es casi un acto de rebeldía. No debería serlo, pero lo es. Eso conlleva una violencia invisible. Todo lo que conlleva que tú no eres así significa que es una libertad aparente.
– ¿Han suavizado la situación real que se vive en las residencias de ancianos?
– J. M. G.: Hay gente que nos ha dicho que la de la película es una residencia ideal. No queríamos hacer 'una residencia del mal'...
–A. A.: Ni 'Alguien voló sobre el nido del cuco'. No va de eso la película.
–J. M: G.: Para nosotros era muy importante el contexto de la residencia, que en la película está al servicio de nuestra historia. Está creada a la medida de lo que queríamos contar de nuestro personaje, que funcionara como un contexto opresor para el protagonista.
– La identidad es una cuestión presente en muchas de las películas de los 'Moriarti': en 'Handia', en 'Marco' y en 'Maspalomas'.
– A. A.: Y en 'La trinchera infinita' era la identidad de alguien escondido en un zulo 36 años. No hay una estrategia, no es premeditado, pero hay temas que a los seres humanos nos interesan más que otros y eso es así. Nos sentimos cómodos en el terreno de la identidad y la complejidad de los personajes, con sus conflictos. Evidentemente, nuestro protagonista está lleno de esos nudos por mucho que le veamos aparentemente muy libre en 'Maspalomas'. Es alguien que tiene aún un viaje por hacer. Y de una manera forzada, lo hace. Ahí nos sentimos bien, no cómodos, porque son historias que a uno le tocan.
– J. M. G.: Es verdad que hablamos de la identidad en muchas de nuestras películas y diría que en muchos casos, hablamos del ocultamiento de la real. Pasa en 'Handia', en 'Marco' o en 'La trinchera infinita'. Nos repetimos mucho también en la construcción del relato. Pasa en esas tres películas y también en 'Loreak'.
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– ¿Nos mentimos a nosotros mismos?
– A. A.: Constantemente. Yo creo que en esta película hay gente que se puede sentir identificada, no sólo por su condición sexual. Lo fácil que sería que no nos mintiéramos y dijéramos: «Soy esto y quiero esto». Y puede ser 'salir del armario', cambiar de pareja o irte a vivir a no sé dónde, pero por lo que sea lo complicamos y no lo hacemos. Todos nos mentimos muchísimo a nosotros mismos y mi experiencia es que cuando más cerca estás de la honestidad, más feliz eres.
–J. M. G.: Te acomodas en esa mentira. 'Maspalomas' es muy parecida en ciertos aspectos con 'Larogei egunean' o 'Loreak', quizás porque son historias contemporáneas, pero para nosotros está muy íntimamente ligada a 'La trinchera infinita', que también funcionaba como metáfora del miedo que no te permite tomar una decisión y dar el paso. 'Maspalomas' es la aplicación real de lo que 'La trinchera...' simbolizaba.
– Las escenas de sexo entre hombres impactan más si no estás acostumbrado.
– J. M. G.: Y más cuando metes a gente mayor.
– Habrán tenido coordinador de escenas íntimas...
– A. A.: Tuvimos dos coordinadoras de intimidad, es la primera vez que recurrimos a sus servicios, y nos ayudaron mucho. Tienes que hablarlo con el actor, lo cual ya es complicado e incómodo porque yo no tenía esta experiencia, y hay un punto en el que notas que hasta aquí puedes llegar. Las coordinadoras hablan con todos, primero con nosotros. Si hay una felación, quieren saber que se va a grabar desde aquí.
– J. M. G.: Compartimos la planificación que habíamos pensado.
–A. A.: Totalmente. Nosotros llevamos un tiempo en esto, pero me sentí como una persona que empieza en una escuela de cine. Y lo que es importante es que las coordinadoras te lo ponen negro sobre blanco y si hay una discusión, te dicen: «Aquí acordamos que enseñabas el culo», «aquí, que se te veía de cintura para arriba»... Para estas secuencias es algo muy importante.
–J. M. G.: Y luego se hace un ensayo y lo primero que se les pregunta a los actores es a qué parte del cuerpo creen que son más vulnerables o prefieren que no les toquen.
– ¿Fueron muy complicadas para ustedes esas escenas, en la medida en que tampoco han proliferado en su filmografía?
– J. M. G.: En 'La trinchera...' había algo...
– A. A.: Siempre son escenas complicadas. Y el recuerdo que tengo es que fue muy bien todo. Es evidente que no estamos acostumbrados porque no tenemos tantas referencias... Sí hay un 'cine gay' cada vez más amplio. Una de nuestra referencias era 'El desconocido del lago', de Alain Guiraudie, cuyas escenas de sexo me impactaron.
– J. M. G.: Sí, porque en el 'cine gay' estamos mucho más acostumbrados a mostrar el sexo, pero es un cine más marginal y no se ve tanto. Mi sensación es que al público de ese tipo de cine no le van a sorprender tanto esas escenas, pero al más generalista pueden impactarle. En un pase privado, nos dijeron que había escenas fuertes y cuando les preguntaron si se referían al sexo entre hombres o al sexo entre gente mayor, respondieron que quizás lo segundo. La película habla de ese doble estigma: la homosexualidad y la gente mayor.
– ¿Puede ser la familia una institución opresora?
– J. M. G.: Puede ser una institución represora, pero también una tabla de salvación. O las dos cosas. Todo dependerá mucho desde dónde miras. 'Maspalomas' habla de un personaje que no ha sabido canalizar muchas cosas, primero, porque tiene un problema consigo mismo. Hemos querido contar un viaje hacia la autoaceptación como vía para que tal vez esa familia no le resulte opresora. No siempre es así, claro. Hay realidades en las que tú 'sales del armario' y te echan de casa.
–A. A.: La película también habla de la familia elegida. Su amigo en 'Maspalomas' es el que le acoge. Estoy de acuerdo con Jose Mari, la familia tiene esa dualidad aterradora y maravillosa.
– ¿Cuál era su mayor miedo al enfrentarse a este proyecto que maneja materiales tan delicados?
– A. A.: Caer en la caricatura y no estar a la altura a la hora de mostrar el mundo de Maspalomas y del 'cruising'. Yo conocí el lugar unos meses antes de rodar y aún conociendo el guion, no estaba acostumbrado, por ejemplo, a ver una fiesta de 30.000 personas y que todos sean hombres. Y luego esa realidad de las dunas o la playa nudista. Sabiendo lo que me iba a encontrar, me impactó. Yo, personalmente, temía caer en el ridículo que al retratar Maspalomas.
– J. M. G.: Los míos son miedos que se repiten y, durante el rodaje, el mayor miedo suele ser hundir la carrera de los actores. Me ha pasado con José Ramón Soroiz, que se angustia y es bastante delicado, y me pasó con Antonio de la Torre. Por otro lado, me preocupa que la gente que está más cerca de lo que retratas no se sienta representada. Y en ese sentido, me preocupaba la gente de las residencias y sobre todo, me preocupa el colectivo LGTBIQ+, que es muy heterogéneo. Me da miedo que desde ciertos sectores del 'colectivo' piensen que ahora mismo la lucha está en otro lugar, cuando yo creo que esta lucha contra tu condición sexual aún existe y no sólo entre gente mayor. Me preocupa que haya quien piense que siempre se cuentan las historias gays o desde la parodia o desde el megadramón.
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