Crítica de 'Los reyes del mundo': Viaje a la desesperanza

Ya quisiéramos, pero nada más lejos. En 'Los reyes del mundo' no está el espíritu del cine de aventuras sino conciencia de la degradación del país, no hay una maduración personal sino un triste desencanto general.

Sin embargo, tras un prólogo con su problemática vida como chicos de la calle en Medellín, su periplo sí empieza dotado de alegría juvenil. Rá va a reclamar las tierras que le dejó en herencia su abuela, que tomaron los paramilitares y una sentencia gubernamental ahora le devuelve. Hay una tierra prometida, una esperanza, y a ella va con sus tres amigos del alma, sus «hermanitos» Sere, Winny y Nano, y también con su descontento y oscuro hermano Culebro.

Aunque hagan gamberradas, la pantalla se contagia del vitalista entusiasmo del grupo (los chicos, en su primera experiencia actoral, no destacan individualmente pero sí como grupo que juega y se pelea). Sin embargo, en 'Los reyes del mundo', título irónico donde los haya, todo va ensombreciéndose. Los paisajes esconden peligros, la desconfianza está instalada, la muerte puede aparecer en cada recodo del camino.

Laura Mora, tras 'Matar a Jesús', lanza al público un cuento sencillo, una película muy física, marcada a veces por las limitaciones de los chavales (menos mal que unos subtítulos en castellano hacen comprensible su jerga), que podría parecer menor. Y le va inyectando sucesivas dosis de amargura. Porque habrá decepción, habrá rabia, también una nueva esperanza, solo para caer de nuevo desde más arriba.

Para compensar esa carga, la salpica Mora con gotas de realismo mágico, de ambiente onírico. Un caballo blanco o una casa que se supone habitada pero está en ruinas y con sus muebles cubiertos de tierra conviven con el descubrimiento que verbaliza uno de los chicos: «Qué mierda todos los seres humanos».