Javier Giner | Director y autor de la serie 'Yo, adicto'
«La toxicomanía siempre comienza en la familia»Dos años después de la publicación de su libro confesional, el autor convierte la historia de su adicción y rehabilitación en una serie descarnada
Dos años después de publicar el libro 'Yo, adicto', Javier Giner (Barakaldo, 1977) convierte su caída libre en las toxicomanías y su tortuosa rehabilitación en ... una serie de seis episodios que próximamente emitirá Disney.
– Comienza el primer episodio presentándose como «un tocapelotas, histérico y cabrón egocéntrico», entre otras lindezas. ¿Estoy ante esa persona?
– Cuando entré en la clínica, yo creía que mediante un lavado de cerebro me iban a convertir en un iluminado, pero no quería que me anularan como persona. Sin embargo, mi terapeuta, Anais López, me dijo que esto no iba de que me convirtiera en una persona que no era, sino en la realmente soy. Evidentemente, trazas de histrionismo, intensidad, tocapelotismo, provocación y un humor negrísimo siguen existiendo dentro de mí, pero es verdad que ya son benignas, no hacen daño a los demás, ni a mí mismo. El problema principal de la adicción es que la persona real está secuestrada: tiene tu aspecto, pero no eres tú. Es como la invasión de los ultracuerpos, estás infectado. Pero respondiendo a su pregunta, digamos que sí, que está sentado frente a una persona así, pero a unos niveles soportables y buenos.
– El libro se publicó hace dos años. Habrá seguido cambiando desde entonces...
– Yo sigo haciendo terapia semanal desde hace dieciséis años, aunque dejé de tratar la adicción hace muchísimo tiempo. Lo hago por salud mental y sin duda, todos evolucionamos sin parar y dentro de un año seré distinto a ahora. Es cierto que tras la publicación del libro, hay una conciencia del poder de cualquiera de nosotros a la hora de influir en otras vidas. Hay gente que me escribe para decirme que le he ayudado o acompañado mucho. Gente a la que no conozco, pero con la que comparto una enfermedad. Y al hacer la serie he tenido una responsabilidad, casi diría que política hacia todas las personas que están sufriendo ahí fuera. Y la he hecho también para dignificar al enfermo mental y eliminar todos esos lugares comunes de 'el otro'.
– Ha sido implacable consigo mismo y compasivo con todos los demás, con una excepción que luego comentaré. ¿Por qué ha sido tan duro con usted?
– Ha habido un mandato interno por el cual me he comprometido conmigo a mismo a ser radicalmente honesto con lo que estaba contando. Cuando escribo y dirijo 'Yo, adicto', lo hago desde el lugar más íntimo, el que más miedo me provoca, el que me expone de una manera que no sé cómo gestionaré. Muestro todos mis defectos y vulnerabilidades, y lo hago como en las terapias de grupo de las clínicas de rehabilitación. Es la manera más potente de llegar al otro. La primera persona que tenía que saltar al vacío era yo.
– La excepción mencionada son sus padres.
– Para ser claros: los padres de la serie son un mix de los míos y de otros compañeros de tratamientos. He mezclado muchas familias.
– ¿Han visto sus padres la serie?
– Sí y están muy orgullosos. Piensan que he tenido muchísimo valor y lo que recibo de ellos es mucho cariño.
– ¿Han verbalizado los problemas que refleja la serie?
– De lo que les digo en la serie, hay cosas que sí les he expresado y otras no me pertenecen a mí, sino a otros compañeros. La toxicomanía siempre comienza en la familia y lo que refleja el quinto episodio de una forma salvaje y radical es que en todas las personas toxicómanas hay una herida primigenia que tiene su origen en el padre o en la madre. Lo que me emociona profundamente de ese episodio es que el gran drama de esta familia no es que se hagan daño de forma gratuita, sino que son personas que se quieren profundamente, pero no saben cómo hacerlo. Y creo que eso, seas toxicómano o no, es absolutamente común. Todos los que ven ese episodio creen que está hablando de ellos.
«He hecho la serie para ayudar, y para dignificar al enfermo mental y eliminar todos esos lugares comunes de 'el otro'»
«Escribo la serie desde el lugar más íntimo, el que más miedo me da, el que me expone de una forma que no sé cómo gestionaré»
«He trabajado para Pedro (Almodóvar) y Penélope (Cruz), y lo único que me han dado ha sido un apoyo férreo, cariño y defensa»
– No hay grandes dramas...
– En la clínica hay historias familiares muy desoladoras, pero también hay mucha gente proveniente de hogares familiares en los que hay amor y cariño, pero que lamentablemente los resultados no salen.
– A día de hoy, ¿arrastra algún lastre en sus relaciones personales de aquella época de descontrol?
– No. Cuando tú cambias, todo a tu alrededor cambia. Evidentemente, he dejado muchas relaciones y amistades por el camino, que no son en realidad amistades. Son 'los amigos de la droga'. No hay lastres. Todas las personas a las que quería pedir perdón y explicarles lo que atravesé, lo he hecho. Sobre todo, mi madre. Los grandes damnificados de mi enfermedad fueron mi núcleo familiar más cercano, que eran mis padres y mi hermano. Y a esas tres personas les pedí disculpas hace muchísimo tiempo y se ha restaurado absolutamente todo. Ojalá me hubiese ahorrado lo que pasó, pero atravesar eso nos unió como nunca.
– Y en el centro de todo, el sentimiento de la falta de afecto.
– Ahora me doy cuenta de que hay una subtrama en la serie como reivindicación política muy contundente de la vinculación con el otro, de lo colectivo. Vivimos en una sociedad presa del individualismo, pero yo no me desintoxico, sino con mucha gente alrededor que me sirve de soporte.
– Pero se vuelve adicto solo y deja de serlo también solo en el fondo, porque muchos de sus compañeros no lo logran, a pesar de ese soporte...
– Totalmente. Cuando pruebo las drogas y el alcohol, no estoy haciendo nada diferente a lo que hacen muchísimas personas de mi entorno, pero digamos que a mí me toca la lotería y cuando ellos paran, yo no soy capaz de hacerlo. Esto es una ruleta rusa y aquí nadie se hace daño a propósito. No me jodí la vida porque fuera mi objetivo, sino porque perdí el control. Y cuando entro en la clínica de desintoxicación, no sé si hubiera podido curar sin esa red de apoyo. Ese intercambio de sufrimientos cambia muchas ansiedades.
– Otra ruleta rusa cuya bala esquivó fue la de las enfermedades de transmisión sexual más graves...
– Sí, sí. Uno de los grandes destrozos de la adicción es que pierdes la conciencia del peligro. Yo me he despertado no reconociéndome en cosas que he hecho. Pondré un ejemplo: cuando era adicto, hacía orgías, me tiraba tres días follando con cualquiera que pasara por delante, pero tras mi desintoxicación no he vuelto a tener sexo grupal. No por una cosa puritana, igual pasado mañana lo hago, pero en los dieciséis años que llevo sobrio es un morbo que me ha desaparecido. Esa avidez del consumo de droga se traslada al sexo. Nunca era suficiente. Cuando llevaba tres días follando, no bastaba: necesitaba llegar a cuatro. En cambio, ahora tengo una gestión del placer sana.
– Al final de la serie dice que no lo ha contado todo. ¿Algo que pueda contar ahora de eso que se quedó en el tintero?
– Yo llevo veinticinco años trabajando en la industria cinematográfica, y hay gente que me conoce y sabe con qué personas trabajé. Igual hay gente que se acerque a la serie con una especie de morbo para ver qué cuento, pero esto no va de eso, sino de algo mucho más importante.
– ¿Le reprocharon algo esas personas?
– Lo único que he recibido de Pedro (Almodóvar) y Penélope (Cruz) ha sido un apoyo férreo, cariño y defensa. Es verdad que son dos personas para las que he trabajado, pero también son familia.
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