La reprimenda de Arguiñano a Pablo Motos

Que Karlos Arguiñano es sinónimo de audiencia es algo evidente. El chef tiene carisma y se nota que disfruta en 'El Hormiguero', a la vez que promociona los libros que edita periódicamente. Esta vez tocaba lanzar '900 recetas que siempre salen bien', un volumen en el que revela fórmulas culinarias para que hasta el más torpe triunfe entre pucheros. «El crujiente de la croqueta es imposible que a mi me salga», retó Pablo Motos asegurando ser muy torpe en la cocina. «Yo soy vecino de Javier Clemente y en una semana ha aprendido a hacer flan, cuajada y sopa de pescado. Está viviendo solo desde hace años y cocinar le ha dado un vuelco a su vida», puso como ejemplo el chef guipuzcoano, asegurando que cualquiera puede aprender. Ahí llegó la simpática reprimenda: «Menos gimnasio y más cocinar», ironizó el beasaindarra..

Aludiendo al momento actual, Arguiñano contó cómo le ha afectado a él la pandemia. «Estamos atravesando un momento francamente difícil. Llevamos ya nueve meses y está siendo muy duro, sobre todo para esa gente que se ha ido sin poder agarrar la mano a sus parejas, a sus hijos o a sus nietos. En mi entorno no ha pasado nada, pero tengo once nietos y no los he abrazado en nueve meses. Eso es tremendo», sostenía emocionado deseando que la vacuna llegue cuanto antes.

El maestro de fogones más televisivo quiso reivindicar también la buena alimentación. «Que seamos el país europeo con más obesidad infantil no lo puedo aguantar. Eso es culpa de los padres. Y no estoy aquí para reñirles, pero sí para avisarles. Un niño con exceso de peso difícilmente va a ser feliz. La buena alimentación es crucial», insistió. Y sumó un consejo: «Hay que comer un poco de todo y mucho de nada». El profesional de los pucheros desveló que, antes de iniciarse en los fogones, superó el servicio militar 'por los pelos'. «Hice la mili en Vitoria con el padre de Iñaki López (el presentador de 'La Sexta Noche'). Era mi cabo y había cogido una representación de pelucas y laca de uñas. Me decía que me pusiera la camisa más fina que tuviese porque esa tarde salíamos a vender. Y nos íbamos por las peluquerías. Abríamos el maletín e íbamos probando las pelucas. Le echábamos bastante cara», decía con guasa.

Pasadas las setenta primaveras, el chef guipuzcoano se encuentra perfectamente, aunque a veces su cabeza le hace reflexionar sobre la edad. «Me despierto a las cuatro de la mañana y me digo: Arguiñano, que ya vas para los 73 años. Y me doy cuenta de que se me ha acabado el tiempo. Ahora ya lo único que quiero es que no me duela nada y seguir como estoy», explicó sincero.