En el póker de Carmen Mola

La revelación de que Carmen Mola era una criatura ficticia a cuya sombra publicaban novelas negras tres caballeros da para infinitas chanzas, pero se agota ... en el titular. «Contengo multitudes», avisó el poeta y admitamos que si hubiera en juego un millón de euros, nos asombraríamos al descubrir cuántas veces es preciso diferenciar no sólo al autor de su obra, sino también entre la obra de su autor nominal. A la vez se ha sabido que Iván Redondo es un personaje ficticio, fruto de la imaginación de Pedro Sánchez y no al revés, como hasta ahora se creía. Que Carmen Mola se presentara como una profesora con tres hijos no eleva mucho los niveles de autoficción en los que se mueven los escritores: les preguntas por sus influencias y te contestan con sus gustos -o los que creen que les darán prestigio-: un listado de autores con los que nada les une. A veces ni siquiera es preciso llegar a la entrevista para que se disparen todas las alarmas: cuesta creer que una novela que se abre con un capítulo excelso y se cierra con el protagonista mordiéndole en la nariz a Hitler haya salido de una única pluma. Si en toda mesa de póker hay un pardillo y no lo has identificado para la tercera mano es que el pardillo eres tú, pero en el Planeta no hay que esperar tanto: siempre eres tú. Y aquí se acumulan las anécdotas, desde Juan Marsé, que tras años de jurado un día 'descubrió' que todo era un tongo hasta el galardonado Fernando Savater, que refutó la teoría con un argumento tan ingenioso como feroz: no hay tongo dado que todo el mundo sabe que es tongo. Una vez llamé a un supuesto autor para cerrar una entrevista sobre su último libro. «No me vas a creer, pero me pillas comprándolo en una librería porque hace tanto que lo escribí que ya no recuerdo lo que puse». Por supuesto que le creí, pero llegado el momento, le disparé mis preguntas como si fueran regalos carísimos. Al fin y al cabo, el 'negro' es un color que conjunta con todo, también con la literatura.