Reunión de titanes en Munich
El Orfeón Donostiarra participó en los festejos del 125 aniversario de la Filarmónica de Munich, ofreciendo bajo la batuta de Valery Gergiev una 8ª de Mahler atronadora
Ane Urrutikoetxea
Domingo, 14 de octubre 2018, 17:09
La capital bávara está de celebración, y no sólo por la recién concluída Oktoberfest anual; la Filarmónica de Munich cumple 125 años, además de celebrar su 20 aniversario como parte del festival 'MPHIL 360 °' de Valery Gergiev, y en sus festejos ha querido homenajear a uno de los compositores más cercanos e históricos de la orquesta; Gustav Mahler. Así, exactamente en el día en el que hace siglo y cuarto la orquesta dió su primer concierto, un Gasteig Kulturzentrum abarrotado (con un aforo de 2.400 personas), se deleitó con la Sinfonía de los salmos de Igor Strawinsky, y cómo no, la 8ª sinfonía de Mahler, también conocida como sinfonía de los mil. Un concierto con aire festivo que fue transmitido en vivo por BR-KLASSIK.
El Orfeón Donostiarra, invitado de honor en esta celebración, participó en la segunda parte del concierto, compartiendo escenario con el coro y orquesta de la Filarmónica de Munich, el coro infantil de Augsburgo y los solistas Viktoria Yastrebova (soprano), Jacquelyn Wagner (soprano), Regula Mühlemann (soprano), Wiebke Lehmkuhl (alto), Gerhild Romberger (alto), Stephen Gould (tenor), Boaz Daniel (barítono) y Dimitry Ivashchenko (bajo). Unas quinientas personas encima del escenario, todas y cada una de ellas atentas a la caprichosa batuta del legendario Valery Gergiev.
No en vano se dice que la 8ª de Mahler es el mayor de los espectáculos sinfónicos que existen; aunque rara vez se ven mil músicos encima del escenario, tan sólo la espectacular puesta en escena de tres coros, más de 200 músicos y todos rodeados por un enorme órgano, impresiona. Pero la de este sábado era una ocasión especial para interpretar tan titánica pieza musical; y es que la sinfonía de los mil fue la última obra que Mahler estrenó en vida, un 12 de septiembre de 1910, junto con la Filarmónica de Munich. Según cuentan las crónicas de la época, cosechó un gran éxito tanto de la crítica como del público.
A la presión de estar a la altura de semejante evento histórico, se le sumaba la dificultad de interpretarla bajo la afamada y complicada batuta de Gergiev. Director principal de la orquesta desde 2015, además de muchas otras orquestas como del Teatro Mariinski y también asociado con la Ópera del Metropolitan, la Orquesta Filarmónica de Róterdam y la Orquesta Sinfónica de Londres, Gergiev hace honor a su fama de director brusco, desaliñado y apasionado. Un director tan universal como el maestro Gergiev no deja indiferente a nadie (ofrece más conciertos que días tiene el año). Por suerte, el orfeón estaba preparado; anteriormente ha cantado con él en dos ocasiones, en ambas junto a la Sinfónica del Teatro Mariinsky: en 2010, Romeo y Julieta de Berlioz en la Quincena Musical y en 2015, en el Auditorio Nacional, la Novena de Beethoven.
Pero toda experiencia previa se queda corta con un director de tan libre estilo como el maestro ruso. En el primer ensayo casi no dirigió palabra a la coral donostiarra o a los colegas del coro alemán. Apenas transmitió un atisbo de lo que en su mente de genio debía ser la última de las sinfonías de Mahler. Tan sólo su minúscula batuta, no más grande que un mondadientes, dejaba entrever el frenético y cambiante ritmo que a duras penas seguían tanto los coralistas como los músicos.
Ver dirigir a Gergiev es en sí todo un espectáculo. Su entrada en el escenario es solemne, su expresión seria; con apariencia taciturna, apenas dedicó una mirada a la gran masa de músicos que, silenciosos y expectantes, observaban los aparentemente torpes y secos movimientos del maestro. Pero bajo esta imagen fría y distante, Gergiev esconde un fuego, un huracán, y a medida que pone a trabajar con incansable energía su mini batuta, surge el animal musical; una dirección brusca y entrecortada, con constantes cambios de ritmo, todo acompañado por su rostro sudoroso y pelo enmarañado, provocan en la sala un sinfín de sonoridades, y aparece por fin el Mahler que Gergiev imagina; libre, salvaje y grandioso, como el rugido de un león.
Mahler es uno de los compositores que más ha interpretado el maestro, además de los grandes compositores de su país. Para el director, su música está a la altura de Beethoven o Brahms; en palabras de Gergiev, «Mahler estaba obsesionado por hacer que cada pequeño detalle sonara irremplazable«. Para el orfeón, la octava sinfonía de Mahler es una vieja conocida estrechamente unida a su historia, ya que el coro tuvo la fortuna de estrenarla en España, hermanado con el Pamplonés y con las Escolanías Corazón de María de Donostia, de los Padres Redentoristas y los Niños Cantores de la catedral de Guadix. Fue en el XIX Festival de Granada de 1970, bajo la batuta de Rafael Frühbeck de Burgos, con la Orquesta Nacional de España. Después, el Orfeón la ha interpretado en doce ocasiones más. La última, este mismo año, en una gira por Róterdam y Bruselas con Yannick Nézet-Séguin y la Filarmónica de Róterdam, que este año celebra su centenario.
Es curioso como una misma obra puede ser interpretada de formas tan dispares por los directores. Nada tienen en común la versión que el Orfeón Donostiarra ofreció en Rotterdam bajo la batuta de Nézet-Séguin, o la que interpretó hace dos años en Lucerna con el maestro Riccardo Chailly, con la que el sabádo resonó en Munich. En un ejercicio maratoniano por seguir la hiperactiva batuta de Gergiev, una octava mucho menos controlada, más liberada y frenética, resonó en la maravillosa sala Gasteig Kulturzentrum; la ovación del público, que aplaudió con especial ilusión a su orquesta, fue muy generosa. Hasta en cuatro ocasiones salieron los solistas y el director a escena, reclamados por los aplausos de un público puesto en pie. Así, la coral donostiarra concluye por este año la última de sus incursiones internacionales.
Concierto improvisado en las calles de Munich
No todo fue trabajo para los orfeonistas en su estancia en la capital bávara; aprovechando el sorprendente buen tiempo, un grupo de cantores realizó un free tour por la ciudad, con la inmensa suerte de tener como guía al también director coral valenciano Óscar Payá, conocido de varios miembros del coro. Payá, que ofreció un tour de lo más instructivo por las hermosas calles de Munich, terminó dirigiendo al grupo coral que lo acompañaba, en un improvisado concierto express enfrente de las puertas de la famosa cervecería HB. Los viandantes que se encontraban en los alrededores formaron enseguida un corro en torno al grupo, y se deleitaron sorprendidos con el Maitia nun zira y el Ave María de Javier Busto cantados a capella. Un encuentro fortuíto que hizo de este viaje una experiencia aún más especial.