Picasso renace en el Guggenheim

La comisión nacional del Ministerio del Cultura para conmemorar la fecha ha organizado 15 exposiciones en los museos y salas españolas de primer nivel. Algunas de ellas están todavía en proceso, pero otras ya están perfiladas porque la conmemoración empezará en septiembre, cuando se inaugure en la sede madrileña de la Fundación Mapfre la dedicada a su relación con la escultura y con su maestro en este campo, su amigo Julio González.

El Thyssen ahondará en el vínculo del artista con la diseñadora de moda Coco Chanel; y el Prado, con El Greco. El Museo Picasso de Barcelona pondrá el foco en Daniel-Henry Kahnweiler, el galerista que dio el empujón decisivo a su carrera y a la de otros cubistas. Todo esto en 2022. Para el año siguiente quedan muestras como la que comparten el Picasso de Málaga y el Guggenheim Bilbao, titulada 'Cuerpo y materia', que también pondrá de manifiesto la importancia de la obra escultórica en su carrera.

Guillaume Apollinaire fue un gran cómplice de Picasso, en varios sentidos. Como crítico de arte con gran predicamento en París, apoyó su obra y la de los cubistas. Ambos estuvieron implicados en el robo de dos cabezas íberas en el Louvre, un suceso que el Centro Botín de Santander recogió el año pasado dentro de una muestra sobre la influencia del arte antiguo de la península ibérica en el malagueño. Por esa complicidad, cuando murió Apollinaire, su amigo quiso dedicarle un monumento. Picasso ya era un maestro del dibujo y la pintura, pero no de la escultura, así que recurrió a otra de sus amistades, Julio González, para que le orientara.

Este el punto de partida de la exposición 'Picasso/González', que se inaugura el 21 de septiembre en la Fundación Mapfre. En 1928, juegan con la idea de crear un proyecto escultórico desmaterializado, «una profunda estatua de nada, como la poesía, como la gloria», lo que da como resultado una pieza con varas de hierro que está en el Pompidou parisino.

De esa colaboración surgió la escultura que utiliza el metal como soporte, dominante en las décadas centrales del siglo XX. La muestra va más allá de este planteamiento y recoge las afinidades artísticas entre ambos creadores, que comenzaron en la Barcelona modernista de principios de siglo XX hasta el fallecimiento de González en 1942.

Pablo Picasso y Gabrielle Chanel colaboraron en dos ocasiones, ambas con el dramaturgo Jean Cocteau, en su versión de 'Antígona' (1922) y en su trabajo para el ballet ruso de Serguéi Diághilev en 'Le train bleu' (1924). Se conocieron en torno a la primavera de 1917, seguramente a través del propio Cocteau. La diseñadora entabló con ambos una larga y duradera amistad.

El Thyssen explorará, a partir del 11 de octubre, la relación entre artista y modista, y las conexiones entre arte y moda, sobre todo entre 1915 y 1925. Chanel adoptó las formas geométricas, las líneas rectas y angulosas, y el collage, y se inclinó por los colores blanco, negro y beige, y la utilización de tejidos humildes y con texturas austeras.

La primera mujer de Picasso, la bailarina rusa Olga Khokhlova, fue clienta asidua de la diseñadora. En 'Antígona', los decorados y máscaras del artista y el vestuario de Chanel revelaron su común reverencia por la Grecia clásica. Y en 'Le train bleu', influenciado por el deporte y la moda de baño, Diághilev usó como imagen para el telón de la obra 'Dos mujeres corriendo por la playa', un pequeño guache que descubrió en el taller de Picasso. Chanel, aficionada a la práctica deportiva, creó trajes de baño para los bailarines inspirados en modelos diseñados para ella misma y sus clientes.

De origen alemán, Daniel-Henry Kahnweiler (1884-1979) eligió París para abrir su galería en 1907. La capital francesa era entonces el centro mundial de las vanguardias. Sus exposiciones le convirtieron en el marchante del cubismo. Promotor de Georges Braque, Pablo Picasso, André Derain y Maurice de Vlaminck, y más adelante de Juan Gris y de Fernand Léger, Kahnweiler construyó desde cero una red internacional de coleccionistas de pintores cubistas y se rodeó de los críticos más influyentes, como Guillaume Apollinaire.

El Museo Picasso de Barcelona, desde el 17 de noviembre, dedicará su muestra a quien fue el artífice de que el mundo del arte conociera la transcendencia de la revolución cubista. Un personaje fundamental en la historia de las vanguardias al que Picasso adoraba, y al que dibujó en varias ocasiones.

Picasso figura como copista en los registros del Prado y fue su director durante la Guerra Civil, de 1936 a 1939. Aprendió de Velázquez y de El Greco, importante este último para entender el primer tramo de la carrera del pintor malagueño, entre el 'periodo azul' y el surgimiento del cubismo. El creador malagueño lo descubrió cuando tenía 17 o 18 años y estudiaba en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Después participó del culto a El Greco que se fraguó en la Barcelona modernista.

El Prado acogerá cuadros de los dos artistas para mostrar sus concomitancias, dentro de una exposición comisariada por Carmen Giménez. La muestra se puede ver hasta el 25 de septiembre en Kunstmuseum de Basilea. Enfrenta el autorretrato de Picasso de 1906 y otros retratos de El Greco. El parecido es evidente. La exposición cuenta con importantes préstamos de museos y de colecciones privadas.

La muestra se expondrá primero en el Picasso de Málaga y luego vendrá, el 29 de septiembre de 2023, al Guggenheim Bilbao. Coincide con la exposición de la Fundación Mapfre de Madrid en tratar la faceta escultórica del creador. «El cuerpo como instrumento del artista, pero como representación, será el eje vertebrador de esta exposición», explican sus organizadores.

Demostrará que para él no había disciplinas mayores y menores y que por tanto trataba con el mismo empeño la pintura, el dibujo, el grabado y la cerámica. «Su manera de estar en el mundo era una mirada que todo lo abarcaba, que todo lo incluía, para devolvernos una visión nueva e inédita de la realidad jamás percibida por otro artista», describe un portavoz del Guggenheim.