Un paseo por Jerusalén, el origen de los mundos
Hay viajes que son shocks emocionales: notas de una escapada por el Murode los Lamentos, Via Dolorosay Tel Aviv, con baño en el Mar Muerto
Hay viajes que son «vacaciones» y viajes que suponen un shock emocional. Vengo de una escapada por Israel y aún estoy asimilando la sobredosis ... de impactos, especialmente en Jerusalén. Déjenme que anote algunas impresiones, ya que estamos en una semana de viajes y puentes.
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Intensamente Jerusalén
Epicentro de tantas religiones y todas las historias, uno se siente ahí en el origen de nuestro mundo: por eso abruma. Musulmanes que rezan en sus mezquitas sagradas (y te despiertan a las cuatro y media de la mañana con su impresionante llamada a la oración); judíos en el Muro de los Lamentos, ultraortodoxos en el barrio de Mea Shearik, donde piden a las mujeres que entren «decorosamente»; cristianos que van cantando por la Vía Dolorosa hasta el Santo Selpucro enarbolando enormes cruces; militares y controles en cada esquina, y una copa en el hotel American Colony para desconectar, como los viejos corresponsales en la zona.
No sé cómo nuestro compañero Mikel Ayestaran (llevé su libro de guía) pudo resumirlo tan bien en un solo volumen. Harían falta varias enciclopedias: vaya sobredosis de sensaciones. (Justo a la vuelta a Donostia veo la muerte de Dominique Lapierre, autor de 'Oh, Jerusalem' junto a Larry Collins. Lapierre también era fascinante, en sus libros y en míticas entrevistas con José María Iñigo en Estudio abierta llenas de entusiasmo, ese bien tan preciado y menos frecuente en el mundo de escépticos en que vivimos. Lo mismo pasa con Jerusalén, festival de todas las fes religiosas y humanas, un aldabonazo para quienes pensamos que estamos de vuelta de casi todo.
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2
Al Mar Muerto en La Roncalesa
Si uno quiere visitar el Mar Muerto desde Jerusalén encuentra pocas alternativas: apuntarse a una excursión organizada (ves muchas por ahí y dan pereza), coger un taxi o ir en el autobús de línea, como un Lurraldebus del desierto. Tomé la tercera opción. Era como ir en La Roncalesa, pero con un par de controles militares por el camino. Me bajé en mitad de la nada y caminé bajo el sol 20 minutos hasta Kalia Beach. Bueno, solo no: había camellos. Kalia Beach es un Benidorm txikito, pero cuando te embadurnas de barro y te pones a flotar en ese mar solitario te sientes un personaje bíblico. Maravilloso. Luego otra vez al bus con mi Mugi israelí. El agua salada baja las altas tensiones, y emociones, de la región.
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3
Tel Aviv, la vida.
Una ciudad de apenas un siglo, con su hipnótica arquitectura modernista de los años 30, su Bauhaus mediterránea, salpicada ahora de rascacielos; sus largas playas, desde las 'gay friendly' a las que separan por sexos para asegurar el recato; su agitada vida cultural y su multitud de terrazas y bares. Dicen que Jerusalén es la ciudad para rezar y Tel Aviv para pecar. Me fui de Israel tras un último baño en el Mediterráneo de fraternidades y guerras: ojalá un día convivan ahí todos de la manera más justa posible, o al menos del modo más útil. Una semana de viajero paracaidista no me ilumina para mejores análisis. Perdón por mi simpleza.
EN VOZ BAJA
Historia de dos cineastas: el carnet de Borja Cobeaga y 'Suro' de Gurrea
Coinciden en las pantallas historias muy recomendables de dos cineastas donostiarras. En el canal TNT se emitieron ayer los último capítulos de 'No me gusta conducir', la estupenda serie de Borja Cobeaga basada en su propia experiencia de sacar el carnet de conducir a edad veterana («tardé más en lograr el carnet que en grabar la serie»). El 'toque Cobeaga', ese que mezcla humor, realismo cotidiano y contención en el relato, como si fuese un director sueco, se hace patente en esta deliciosa historia que ha desarrollado al frente de un talentoso equipo de guionistas y con Juan Diego Botto (en la foto) de protagonista. El éxito de la serie ha servido además para traer de nuevo a la actualidad otras películas de Borja Cobeaga, como ese 'Negociador' que recrea de manera 'minimalista' las conversaciones del final de ETA. Fue una película no bien entendida, realizada demasiado pronto, y que crece con cada nuevo 'visionado', con un gran Ramón Barea que ojalá se lleve el Goya por 'Cinco lobitos'.
Y en los cines se estrena 'Suro', de Mikel Gurrea, otro director donostiarra que «creció» en Cataluña y vive en ese 'puente' perfecto que une Donostia con Barcelona. 'Suro' ya nos fascinó en el Zinemaldia como retrato de una pareja que elige la vida rural como sueño y va encontrando sucesivas pesadillas, más o menos txikitas, por el camino. Es una pena que 'Suro' coincida con ese boom de «películas de campo» que ha explotado en el cine español, de 'Alcarràs' a 'As bestas', pero no es una película de árboles, sino de personas. Y estupendamente inquietante.
mezquiaga@diariovasco.com
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