La histórica tarde de Siloé
Pablo de León
Domingo, 1 de junio 2025, 02:00
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Pablo de León
Domingo, 1 de junio 2025, 02:00
El Palacio Miramar acogió anoche un concierto de esos que se sienten más que se escuchan. Bajo una lluvia que fue de menos a más, ... Gorka Urbizu ofreció un espectáculo íntimo y profundamente emotivo que sirvió tanto como celebración de su cumpleaños como de su trayectoria musical.
El público, inmune al agua, no perdió de vista al cantante de Lekunberri y se mantuvo firme durante su actuación, gesto que Urbizu agradeció en reiteradas ocasiones. La conexión con él era tal, que ni siquiera en las primeras filas se divisaban móviles grabando el concierto.
Sin necesidad de introducciones ni adornos, el navarro arrancó con 'Maitasun bat', marcando desde el primer acorde el espíritu de la noche: austero, sincero y sin artificios. A continuación llegaron 'Tren bat' y 'Lilura bat', donde su voz —madurada con el tiempo pero más expresiva que nunca— encontró su sitio ideal entre arreglos desnudos y silencios llenos de intención.
Uno de los instantes más emotivos fue su interpretación de 'Etorkizuna Ginenean' de Leihotikan, un tributo sentido a una generación musical que dejó huella en toda una escena. La elección no fue al azar: hubo nostalgia, sí, pero sin caer en lo melancólico. Gorka recorre su pasado con la calma de quien ya no tiene que probar nada.
Con temas como 'Kolore bat', el groove que desprendía el bajo, reforzado con las dos baterías que había sobre el escenario, sentaron las bases de la sección más bailable de todo el concierto. Y es que la apuesta por redoblar la percusión es un gran acierto de principio a fin.
El bis fue el broche perfecto. La dulzura final de 'Besterik ez', volvió a asentar la delicadeza con la que Urbizu nos ha acostumbrado en su último álbum 'Hasiera bat' y dejó en el aire un silencio agradecido antes de que estallara el aplauso.
Lo de anoche en Donostia fue una demostración de la versatilidad de Gorka Urbizu sin perder ni un ápice de autenticidad. Fue una ceremonia íntima de reconciliación con el tiempo, con las raíces y con la palabra cantada. Y eso en los tiempos que corren es un lujo.
Urbizu cerró el festival, en una tarde que comenzó a los ritmos africanos de Válerie Ekóumè, perfectos para abrir el apetito del menú musical. El trío Siloé fueron los siguientes, en una tarde que «sería histórica» como ya adelantaba su cantante. Y no se equivocaba. Subido en una plataforma instalada entre el público —con chascarrillos al patrocinador incluidos— su arranque carismático, plagado de guitarras llenas de energía, fue capaz de cautivar al público desde el primer segundo.
Maren, por su parte, fue el punto de inflexión del día con su serenidad y cálida voz. La joven bilbaína supo apaciguar a los asistentes ante el gran derroche de energía previo. En su inicio tuvo que hacer frente al sirimiri que se presentó como colaborador, dando lugar a un cómico lapsus geográfico al exclamar «gabon Bilbo!».
Pero rápidamente supo enmendar su equivocación, riéndose de su fallo, y sin dejar que eso empañara su impecable actuación. Con o sin lluvia, Maren supo atraer al público de un escenario a otro de la mano de su música introspectiva y personal que le caracteriza.
Sin bajar el ritmo, los temas de la artista aderezados con el sonido de una guitarra propia de la escena indie de los 80 —cargada de un buen delay— y una sección rítmica propia de la música disco, justificaron el porqué es una de las revelaciones de este festival.
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