El Orfeón Donostiarra sienta cátedra
Quincena andante ·
Quizá fue la luz de una soleada jornada o la excepcional ubicación del Santuario, pero ayer los catorce apóstoles de Oteiza brillaban de una forma ... particular. En el 50 aniversario de su instalación, fueron testigos de un homenaje sin igual protagonizado por una formación que sienta cátedra. El Orfeón Donostiarra acudió a Arantzazu con un programa clásico y muy reconocido.
El Requiem de Fauré, optimista y alegre donde los haya, se ha convertido en referencia del Romanticismo tardío y piedra de toque de los primeros destellos del Modernismo del siglo XX, además de ser ya un buque insignia para el Orfeón. Delicado en su comienzo con los apoyos concisos de los metales de la Euskadi Brass, dio muestra de las armonías más modernas que heredarán los réquiems posteriores, más alejados de la misa de difuntos. Brillante la soprano, Julia Blasco, que durante el 'Pie Jesu' fue valiente y estremeció junto al dulce acompañamiento del órgano de Rifón. Costó no lanzarse a aplaudir entre alguno de los movimientos y, quizá por ello, la concurrencia dudó unos instantes antes de romper en aclamación tras el final tan sutil del último movimiento.
Los vientos y la percusión ganaron protagonismo en el 'Gloria' de Rutter, una pieza que recordaba a Stravinski, Gustav Holst y a John Williams. Fueron imponentes los crescendo del coro sobre los redobles del timbal, mientras el xilófono imitaba los leitmotiv de la melodía. Poco a poco se fue preparando el terreno durante el 'Vivace e ritmico' para un impactante remate en el que toda la fuerza del Orfeón terminó de descargar. Con la magia de un fortissimo agudo, el Santuario clausuró sus puertas despidiendo a la Quincena Andante con un atardecer que aún parecía implorado por los propios apóstoles de Oteiza.
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