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Octave One y Kink lideran el viaje sonoro del Dantz Festival en su clausura
La mezcla de tradición y vanguardia del evento une generaciones en una experiencia sonora única que dejó huella profunda en el público
Pablo de León
Domingo, 31 de agosto 2025, 02:00
La jornada del sábado en el Anfiteatro de Miramon quedará grabada en la memoria de los asistentes al Dantz Festival. La cita, que reunió ... dos enfoques distintos de la música electrónica, se convirtió en una experiencia única gracias a Octave One y Kink. El evento, patrocinado por el Diario Vasco, congregó a cerca de dos mil asistentes, consolidándose en la escena de festivales electrónicos. En su clausura, el festival apostó por una mezcla de veteranía y riesgo, espectáculo y búsqueda, superando todas las expectativas.
El segundo día arrancó con la actuación de Irune Muguruza, quien abrió la tarde con su estilo único. La joven irundarra debutó en el festival con nerviosismo y emoción a partes iguales, y logró posicionarse -algo que le viene de familia- como una de las artistas a tener en cuenta en el panorama musical. Esta vez el clima sí que acompañó a los asistentes, que poco a poco ocuparon las gradas del anfiteatro, rodeado de árboles y con la brisa de agosto suavizando la espera. El espacio, con su acústica natural y ambiente verde a pocos minutos del centro de San Sebastián, parecía hecho a medida para el evento.
Más tarde fue el turno de Octave One, con los hermanos Burden, veteranos de Detroit, transformando el concierto en una liturgia. Desde el inicio, su maquinaria 'analógica' desplegó un sonido crudo pero nítido, conectando con el público. A los pocos minutos, el ritmo hipnótico se sincronizó con las luces del anfiteatro, creando una vibración colectiva única. El dúo hizo vibrar a la grada pieza tras pieza, como un himno sin palabras acompañado únicamente con gestos y miradas cómplices. La puesta en escena, sencilla y sin artificios, permitió que la música fuera la protagonista, resaltando la esencia de la banda.
Sin bajar el ritmo, Kink se apoderó del escenario. Mientras Octave One representaba la tradición de Detroit, el productor búlgaro encarnaba la espontaneidad y la ruptura de las barreras entre artista y público. Su set comenzó con una improvisación tímida, construida a partir de patrones rítmicos modificados en tiempo real. Lo que hace único a Kink es la transparencia de su proceso: el público lo ve manipular, fallar, rectificar y volver a empezar, creando una conexión inmediata.
A medida que avanzaba la sesión, Kink tejía una atmósfera sonora donde el house luminoso se fusionaba con ráfagas de techno y acid. Cada transición era recibida con entusiasmo y, en un momento clave, el productor dejó caer un silencio súbito antes de liberar un torrente de bajos que hizo vibrar el anfiteatro. La respuesta fue inmediata: gritos, saltos y manos alzadas.
Lo que distingue a Kink es su enfoque performático: no solo pincha, sino que improvisa como si estuviera tocando un instrumento, alimentado por la energía del público. En varias ocasiones, invitó a los asistentes a marcar un ritmo con palmas o a sugerir patrones que él construyó en tiempo real. Esta interacción, en un espacio semicircular como Miramón creó una atmósfera casi ritual, donde la música se convirtió en un acto compartido.
El Dantz Festival, fiel a su espíritu, supo poner el broche de oro a esta edición. No solo trajo a grandes nombres de la electrónica mundial, sino que posicionó a San Sebastián como epicentro de una conversación global sobre el futuro del género. Con propuestas complementarias, demostró que la tradición y la innovación no son opuestas, sino motores de un mismo viaje sonoro.
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