Vi a Springsteen por primera vez en directo hace más de treinta años en Barcelona. Desde entonces he tratado de no perderme sus conciertos a ... poco que el de Nueva Jersey se acercara con nueva gira. El año pasado en Madrid me volvió a conquistar pese a sus previos problemas vocales porque el talento, la entrega y la solidaridad de su banda nunca faltan a la cita. El porqué de mi fidelidad no es difícil de explicar. En primer lugar, no es fácil ganarles a él y a la E Street Band en generosidad sobre el escenario: trasmiten amor por lo que hacen y parecen disfrutar realmente con ello. Y, como él mismo ha dicho, ha sudado en escenarios de todo el mundo como para colmar uno de los siete mares. En segundo lugar, Springsteen ocupa un lugar de honor entre los grandes nombres del rock de las últimas cinco décadas. Los discos que encadenó entre 1975 y 1982 son extraordinarios: Born to run, Darkness on the Edge of Town, The River y Nebraska. Admiro su más de medio siglo de carrera musical. Me convenció de ello el director Bertrand Tavernier cuando le invitamos en 2019 a la Filmoteca Vasca. Charlar con él sobre cine, música o literatura era una fuente infinita de descubrimientos. También hablamos de Springsteen. Insistí en lo mucho que me gustaba su época dorada y me mostré más tibio con sus últimos discos. Vi en su seria mirada que defendía íntegramente su talento. Quién soy yo para discutírselo al sabio de Lyon.
Springsteen compró su primera guitarra con lo ganado tras alquitranar un tejado. Es un hijo de la clase obrera estadounidense, a la que siempre ha cantado y sobre la que siempre ha escrito. En esta gira, consciente de la función social que puede tener su trabajo, ha decidido alertarnos: las democracias son frágiles, no se pueden equiparar a las dictaduras y abundan hoy las derivas autocráticas. Termina ahora los conciertos con Chimes of Freedom, de Bob Dylan, del que afirma en sus memorias que es «el padre de mi país», fuente de inspiración y esperanza, creador de preguntas que nadie se atrevía a hacer. No es extraño que vuelva ahora a tirar de ese hilo que le une a Woody Guthrie, Pete Seeger y Bob Dylan, a la América retratada por John Steinbeck y James Baldwin.
En definitiva, Springsteen forma parte de las experiencias más gozosas que la música me ha dado en directo. Hace poco ha interpretado 'People Have The Power' junto a Patti Smith en el Carnegie Hall. Frente a los inconcebibles insultos recibidos desde el Despacho Oval, Neil Young y otros muchos se han solidarizado con Bruce. Patti Smith y Neil Young son admirables artistas forjados en la libertad de expresión y sospecho que no les van a acallar. Tampoco a Springsteen, aunque traten de amedrentarle en estos tiempos peligrosos. Aplaudiremos su inmensa aptitud para la música, su coraje humanista y su generosidad sobre el escenario para crear experiencias de felicidad colectiva. Se acercan ya aldabonazos de talento y energía, campanadas de libertad.
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