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Entre la supuesta ficción y lo profundamente autobiográfico, en 'Todo lo que importa sucede en las canciones' (Pepitas Editorial) el periodista cultural Fernando Navarro (Madrid, ... 1981) relata a través de un puñado de canciones el influjo de la música en la peripecia vital de alguien muy parecido al propio autor. Una vida marcada por la ausencia del padre, la complicidad con su madre, ya fallecida, las rugosidades de las relaciones de pareja y el miedo a una paternidad que incumpla sus expectativas. En medio y todo el rato, las canciones, con protagonismo especial de Bob Dylan, que recorre el libro de principio a fin como un tendido eléctrico. Acompañado de Felipe Cabrerizo y Eduardo Ranedo, Navarro presenta mañana su libro en la Casa de Cultura Ernest Lluch (19.00 horas). Y habrá actuación a cargo de la banda Nuevos Hobbies.
– Por acotar, ¿qué es el libro? ¿Un monumento funerario? ¿Una carta de amor a su hijo? ¿Un ajuste de cuentas con usted mismo?
– De todo un poco. Es irrelevante si el protagonista soy yo o no porque tampoco lo dejo claro, pero sí me interesaba mostrar la psicología de un personaje hundido al que, sin embargo, le acompaña la música. Es una carta de amor a la música como gran compañía cuando estamos perdidos y sin brújula. Lo que he intentado es meter al lector en la cabeza de una persona que quiere recuperar el amor tal y como lo conoció, fracasa y la música amortigua toda esa desorientación y hace que no se sienta tan sólo. Para mí eso era clave.
– ¿Se pierde con el tiempo la capacidad de asombro y de emocionarse ante la música?
– La verdad es que en mi caso no. La música es un acontecimiento al servicio de la vida, demostrándonos todas las imperfecciones y averías que tiene la existencia. De hecho, los músicos homenajeados en el libro –desde Bob Dylan a Bruce Springsteen, Aretha Franklin o Patti Smith–, tienen todos el núcleo averiado. Tom Petty decía que escribía música para hacer el mundo más habitable. Hoy por hoy, a mis 42 años, la música sigue siendo un territorio que está al servicio de la vida y no se me agota. Hay canciones que tengo muy escuchadas, pero años después, me pueden volver a sorprender. Uno no puede huir de una canción. Nos atrapan, nos eligen y hasta pueden escoger el momento en el que vuelven a nosotros. A mí me ha pasado. Y no hay año en el que no descubra canciones nuevas o del pasado que me emocionen.
Todo lo que importa sucede en las canciones Fernando Navarro
Estilo. Novela
Editorial. Pepitas
Páginas. 252
Precio. 20 euros
– No se le escapará que la mayoría de los lectores interpretará el libro en clave biográfica. ¿Le ha dado pudor semejante striptease emocional?
– No. Lo pensé muchísimo antes de escribirla. Lo que más me obsesionó fue ver cómo utilizaba la voz del narrador y en algún momento pensé en el pudor, pero por otro lado, siempre lo hay a la hora de escribir. Un músico se está exponiendo constantemente cuando compone y un escritor, igual, sobre todo cuando abordas asuntos que a todos nos atraviesan, como el amor, el desamor, la familia, la pérdida... Una parte de mí dudó mucho e incluso pensé en que el protagonista fuera un músico y así se olvidaban de mí, pero quería hablar de un perdedor muy hundido. ¿Qué hay peor que un músico perdedor? Un crítico musical perdedor. Por otra parte, hoy en día estamos todo el día exponiéndonos en las redes sociales. Nadie pone lo mal que lo hace como padre o como madre, como marido o como hijo. Nadie pone todas esas averías y desperfectos con los que tenemos que convivir. A mí no me importaba mostrar eso si a cambio hablaba de que la vida es imperfecta y los humanos tenemos derecho a cagarla porque creo que ya no se habla de eso.
– El libro también se puede considerar un hermoso fracaso por aquello inaprehensible que hay en un canción. Puedes escribir su letra, su partitura, contar quién y en qué circunstancias la escribió, pero ¿cómo contar cómo te impacta? Parece más fácil describir el éxtasis sexual que el musical.
– Eso para mí era clave. Uno de mis objetivos era alcanzar ese horizonte al que te lleva una canción, aunque sea en situaciones penosas, muy tristes.
– Sobre todo en esos casos.
– Claro, hay canciones que te abren una rendija vital en la que te cuelas y te llevan a un territorio absolutamente fascinante, aunque sea melancólico o nostálgico. Eso para mí era clave y busqué que cada capítulo tuviera el tono de la canción a la que estaba dedicado. Otro objetivo era que tras lectura del capítulo escucharas la canción, aunque ya la conocieras.
– Hay también una reivindicación del disco en formato físico, con sus portadas, algunas ya icónicas. ¿Han tangado a las nuevas generaciones hurtándoles todo esto en el formato digital?
– Las nuevas generaciones tienen algo a lo que yo no daba crédito: el acceso a la gran 'Biblioteca de Alejandría musical'. Cuando vi que en Spotify tenía todos los discos de los artistas que me gustaban me pareció maravilloso.
– Ese acceso inmediato a todo, ¿lo desvaloriza también todo?
– Sí, yo vengo de los cassettes de los años noventa, pero no me preocupa tanto que todo esté a nuestro alcance como que perdamos las ceremonias. En este mundo sobreexcitado, perdemos la capacidad de dedicarle tiempo a algo tan poco productivo como los pequeños ritos del tipo escuchar música. Y no me refiero hacerlo en el hilo musical.
– En este sentido, ¿los móviles han reventado los conciertos?
– Totalmente. Por eso estoy muy a favor de lo que hace Bob Dylan de prohibir los móviles. En sus conciertos se genera un algo de ceremonia. Se nos había olvidado lo que es un concierto sin móviles. Hace poco vi a Quique González: todo el rato había móviles. Y con Iván Ferreiro, tenía delante a una pareja que grabó no sé cuántas canciones para TikTok. Estamos invadidos por una falta de atención y lo que Dylan te está diciendo que todo lo que importa sucede en el escenario porque la música es todavía un rito sagrado. Sé que somos una resistencia en minoría en el mundo en el que vivimos.
– Ya que estamos: hay amplio consenso que en Dylan es el camino, la verdad y la vida. ¿Por qué cree que es así? Su obra atraviesa su libro como un cable eléctrico.
– Totalmente. Ojalá no muriera nunca, pero como él mismo dice, todos vamos a cruzar el Rubicón, así que a título íntimo siempre digo que creo que Dylan debería morir en el escenario, dentro de su gira interminable, para cerrar esa gran epopeya que es su vida. Representa la aventura de la música desde un punto de vista individualista y también comunitario. Es el gran creador de la canción moderna, el que la dota de conciencia. Los Beatles enseguida se dieron cuenta y cambiaron de chip. Efectivamente, es un cable eléctrico que siempre ha sido muy consciente del valor y de la ética de la canción. Es el gran dignificador de la música.
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