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El escritor Ray Loriga (Madrid, 1967) llega hoy a Literaktum para presentar 'Cualquier verano es un final', una novela engendrada durante el tratamiento hospitalario que ... le permitió superar un tumor cerebral. Loriga, que charlará con Iban Zaldua, aborda en esta novela la historia de una amistad plena de amor, próxima a la obsesión y finalmente luminosamente vitalista. El encuentro tendrá lugar a las 19.00 horas en el Kutxa Kultur Kluba de Tabakalera.
– En 'Cualquier verano es un final' explora el territorio de la amistad, tan próximo al amor.
– Sí, es una historia de amor, que afortunadamente es un sentimiento que tiene mil manos, mil pies y mil contextos. Es una historia de amor a la que muy conscientemente me negaba a ponerle un nombre. Algunas etiquetas y las nomenclaturas son necesarias, sobre todo para recuperar derechos arrebatados, pero las emociones no precisan de ellas.
– Los hombres hemos sido y quizás somos bastante refractarios a mezclar la palabra «amor» con la palabra «amistad». Al menos, a verbalizarla.
– Sí, por esta triste tradición masculina en la que por fortuna algo van cambiando poco a poco. A veces nuestras infancias eran así incluso entre padres e hijos. No creo que haya escuchado nunca a mis abuelos decir un «te quiero». Eran unos trajes estrechos que nos habíamos hecho, que no eran precisamente armaduras y además nos constreñían todo tipo de emociones. Se trata de ir liberándose de todos esos parámetros al crecer porque de lo contrario acabas arrinconado y convertido en una especie de ser de segunda categoría.
– Dicen que las parejas se conocen de verdad en el momento de la separación. ¿Cuándo se conoce a los amigos?
– Bueno, es que hay mil tipos de amistad y de amigos, y mil amigos distintos... Con cada persona establecemos una relación diferente. Incluso con dos hijos, son individuales y hay que tratarlos y sentirlos de otra manera.
– Comenzó a pergeñar esta novela durante su estancia hospitalaria a causa de un tumor cerebral. ¿Qué dice de usted que en una situación un tanto límite se remitiera a una historia de amistad?
– Pasé mucho tiempo y estar en un hospital es tirando a aburrido. Como mi oficio es escribir, puse la cabeza en mis próximas historias, pensando qué podría hacer y, de alguna manera, era una forma de utilizar la circunstancia como trabajo de campo ya que la novela empieza en un hospital. Me permitió tener una visión humorística de lo que es la vida cuando te quedas en transición en una de estas estancias hospitalarias en las que somos todos exactamente lo mismo, con el mismo pijama, da igual de dónde vengas y adónde vayas. Es como una tabula rasa que, a veces, tiene hasta su lado divertido.
– En el hospital, ¿es posible pensar en algo que no sea la enfermedad?
– No apuntaba casi nada, desarrollaba en la cabeza por dónde quería ir y por dónde sonaba el rumor de la próxima novela. Aprovechaba mejor el tiempo que estando simplemente allí, haciéndome pruebas todo el rato. Era una manera de llevar al escritor a la cama para no estar solo y aburrido.
– ¿Qué tal lleva la huella –en forma de parche– que la enfermedad dejó en su rostro alguien cuya imagen fue tan icónica que incluso apareció en la portada de unos de sus libros ('Héroes'), como si fuera un disco?
– No fue idea mía, sino de mi editor, y sólo fue en uno. Me hizo gracia porque aquel libro en concreto era como un disco como concepto: un chaval que en su cabeza sueña que es una estrella del rock, aunque ni toca ningún instrumento, ni nada parecido. Me hizo gracia que aquel chaval, que hace treintaytantos años era yo, apareciera en la portada. ¿Cómo llevo lo del parche? Pues bueno, lo llevo porque tengo una visión que no converge y es la única manera que tengo de manejarme. Respecto a la coquetería que cada uno podamos tener, si me hubiera pasado con veinte años a lo mejor me hubiera jodido más, pero a mí edad vas pasando ciertas cosas al rincón de lo no importante.
– Se dijo que saldríamos mejores de la pandemia, estirando al tópico de que uno se convierte en mejor persona tras superar una enfermedad grave. ¿Fue su caso?
– No, viendo cómo está el mundo no parece que la pandemia nos haya mejorado. Y tampoco en mi caso. Pasar una enfermedad grave no hace que salgas iluminado, ni sumamente inteligente o mucho más sensato. A lo mejor aprecias más algunas cosas, pero no se produce el milagro. Las enfermedades son simplemente enfermedades.
– La suya, ¿le ha cambiado, ya no digo a mejor?
– En el sentido de que la importancia de las cosas se ha modulado un poco y lo urgente ya no me lo parece tanto. Las cosas se ordenan un peldaño más abajo. Cuando ves que todo esto se puede acabar de mañana para pasado, matizas un poco más.
– Supongo que el hecho de tener éxito desde su primer libro, 'Lo peor de todo', le habrá beneficiado, pero a otros compañeros de profesión el éxito prematuro los pulverizó.
– He de decir que estoy aquí todavía, publicando en buenas editoriales, y buen trato de crítica y público. No me puedo quejar. Todo eso es complicado porque la literatura es una carrera compleja: el éxito sube y baja y es difícil mantenerse. Y sí, muchos compañeros y compañeras han sufrido eso en sus carnes. Con mis picos y valles, he tenido una carrera con la que estoy bastante contento.
– ¿Qué tal convive con aquellos primeros libros que publicó hace más de treinta años?
– Bien. No me releo, cuando terminas un libro, en tu cabeza se acaba, pero sí me siento tranquilo con los libros que he escrito y además, agradecido porque cada uno me llevó al siguiente y todos juntos me han traído a donde estoy ahora.
– ¿Se ha convertido en el escritor que soñaba ser cuando empezó en esto?
– Supongo que he acabado siendo ese escritor. Siempre he trabajado con mucha libertad porque me la han permitido. No sé sí me convertí en el escritor que quería ser, pero sí en el que podía ser.
– Se define más como un escritor de tono que de trama.
– Evidentemente, un libro es una construcción y necesita una trama y un desarrollo para ir a algún sitio. Me refiero a que no soy un escritor especialmente fascinado por el plot, la trama o las sorpresas, sino que intento conseguir que lo que escribo tenga un aliento literario.
– Y como lector, ¿también es así?
– También. Bastante. Lo que pasa es que leo cosas muy distintas. Cuando estás escribiendo un libro tienes unos determinados intereses, pero como lector de literatura lo que busco es el fraseo, la musicalidad, la palabra y el espíritu literario. Eso me fascina más que el hecho de que transcurra aquí o allá, haya crímenes o no lo haya.
– Tras dirigir dos películas, ahora tiene aparcado o quizás abandonado el cine.
– Como guionista sigo haciendo cosas y como director tampoco ha sido nunca mi oficio. Y después de lo que pasé, físicamente no veo ya con las capacidades necesarias para hacer cine, que es un trabajo en el que necesitas energía. Estoy más tranquilo sentado en mi pequeña oficinita mental.
– ¿Y qué tal lleva entonces las promociones?
– Tienen el lado bonito de viajar, que es algo que siempre me agrada, pero sí se pueden hacer cansadas. Con este libro llevo ya casi un año recorriendo España y fuera de aquí, pero también está bien porque como la novela es un encerramiento en tu cabeza durante mucho tiempo, te permite salir y escuchar a otra gente. He aprendido a disfrutarlo con mucha tranquilidad y despacito.
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