Luisa Etxenike | Escritora
«El edadismo es una discriminación aún más cruel que el machismo y el racismo»La autora donostiarra publica la novela 'Llevar en la piel' con la que debuta en el género negro y estrena el heterónimo de Antonia Lassa
Tras una larga trayectoria literaria, la escritora Luisa Etxenike (Donostia, 1957) abre con 'Lleva en la piel' una nueva línea de trabajo que aún no ... había explorado: la novela negra, en el sentido más amplio del término. La novela, escrita originalmente en francés, publicada hace unos meses en Gran Bretaña y editada en castellano por Nocturna, ha llevado a Etxenike a crear un heterónimo bajo el que firmará estas obras: Antonia Lassa. La aparición del cuerpo de una octogenaria de buena posición en un apartamento turístico de Biarritz y la detención como sospechoso de un joven de 26 años con el que mantenía una relación íntima desencadena la trama. La novela se presenta el lunes (19.00 horas, Convento de Santa Teresa).
– Es una novela policíaca, pero ¿es también una novela de amor un tanto peculiar?
– Asistimos a esa otra literatura más testimonial, más volcada en el 'yo' y la instrospección. En cambio, la novela negra es más amplia y en este caso, efectivamente hay crímenes, pero también es una novela política, con planteamientos que debate la sociedad y también una historia de amor, tan poco convencional que se mezcla con la política de la identidad.
– En cualquier caso, la intriga sirve de excusa para abordar otras cuestiones.
– Sí, es una novela negra por partida doble: por un lado, hay crímenes de los que dejan cadáver, y por otro, hay otros crímenes que son los que provocan esos criminales formidables que son los prejuicios, los clichés y las discriminaciones.
– El protagonista, Albert Larten, obliga al lector a cuestionarse a sí mismo debido a su peculiar personalidad sexual: se maquilla como una mujer, viste en parte como una mujer, pero es heterosexual.
– Eso es. Las etiquetas son una prisión. También la de 'novela negra'. Hay que obedecer y transgredir los parámetros. Incluso las que surgen hoy, que parecen mucho más liberadoras, si son etiquetas son para mí una prisión. Quería un personaje que fuera un interrogante que desestabilice los lugares comunes e ideas preconcebidas sobre la identidad sexual.
– ¿Encaja Larten con alguna de las identidades de género actualmente reconocidas?
– No, por eso. Está en muchos sitios a la vez y eso es lo importante. Tendemos a encasillar porque las definiciones nos tranquilizan y a mí me parecía interesante que hubiera una permanente perturbación. La identidad no es algo estable, pero socialmente las identidades generan tensión e incluso líneas de comportamiento y respuesta demoledoras para la gente. Larten es perfectamente reconocible, aunque irreductible a una única definición.
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– Es una historia de amor, pero basada en lo físico, en este caso, la piel.
– La epidermis, sí, porque en la medida en que las relaciones sexuales entre los personajes son poco convencionales, me parecía importante estar en el cuerpo, que es el que determina muchos aspectos de nuestra identidad, desde luego, de nuestra sexualidad y de las discriminaciones que podemos padecer. De manera particular en esta novela, con las que conlleva la edad. El edadismo es el prejuicio peor tratado y la discriminación más cruel. Y la más subrepresentada.
– ¿Por encima del machismo o el racismo?
– Sí, porque frente a eso que es tremendo, la sociedad responde en una sensibilización creciente. Sigue habiendo racistas y no digamos machistas, pero crece la reacción contra eso.
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– Quizás los ancianos no aportan a la sociedad lo que esta reclama: capacidad de consumir.
– Yo creo que es por eso. Lo hemos visto en la pandemia de un modo escalofriante. Resulta que los ancianos no solamente no aportan, sino que son una carga. Y naturalmente, se les aplica una serie de negaciones: ¿Sexualidad? Qué va. ¿Que sientan atracción o atraigan a alguien? No. Todo es 'no'. Hay un borrado y si digo que se trata del prejuicio más cruel es porque resulta el más desatendido.
– Y se les infantiliza...
– Me llamó la atención muchísimo que en la prensa se publicara una ilustración que para representar a las personas mayores mostraba a dos abuelitos, de espaldas, en zapatillas... No era irrespetuosa, pero era significativa en cuanto a que se ve a los ancianos fuera de los deseos, atractivos y tensiones del mundo. Y hace poco he visto fuera de aquí unos debates sobre las edades no productivas: la infancia y la senectud. Me he quedado planchada y eso que son debates bienintencionados.
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– Un personaje de la novela dice que envejece el cuerpo, pero no la persona. No sé si es una suerte o una desgracia.
– Creo que es una suerte porque en la medida en que asociamos la vejez al cuerpo, estamos descarrilando de lo que es la experiencia. Puedes estar pletórico de energía, pero muchas veces la juventud es un momento de confusión, incertidumbre y con pocas herramientas de comprensión del mundo. La madurez te da una comprensión más nítida de lo que son los deseos. La idea de que el tiempo es finito hace que haya un mayor aprovechamiento de las cosas. Pienso que la juventud es una condición interior que tiene que ver con la curiosidad y el deseo. Hay gente muy joven que no tiene ni una arruga, ni un deseo.
– Y también dice que del arte contemporáneo le interesa más el punto de partida que los resultados.
– Muchas veces, me interesa más la chispa que han buscado para hacer una obra porque se colocan en posiciones absolutamente insólitas o con materiales insospechados. Y también es verdad que ese entusiasmo que me despiertan en el punto de partida no me alcanza al de llegada. Muchas obras, siendo prometedoras en su planteamiento, son más decepcionantes en su concreción.
– ¿Hay que ir con precaución en los avances científicos?
– Hay que tener cuidado con los avances de todo y me refiero a no excluir nunca la reflexión ética. Las cosas que se pueden hacer no necesariamente se deben hacer. Si excluimos el debate ético en aspectos científicos con capacidad para transformar el mundo o incluso destruirlo, estamos abocado al final.
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