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'Flash gordon, el péndulo del tiempo' de Dan Barry (Dolmen) | Crítica
Críticas Literarias

'Flash gordon, el péndulo del tiempo' de Dan Barry (Dolmen)

Jueves, 29 de julio 2021, 15:21

Tal vez, ojalá no, los más jóvenes desconozcan quién es Flash Gordon. Seguramente, al formular dicha pregunta, más de uno responderá que se trata de un superhéroe vestido de rojo y capaz de moverse a la velocidad de la luz. Sin embargo, para generaciones de aficionados a la ciencia ficción, el personaje creado por Alex Raymond, que debutó el 7 de enero de 1934 en la prensa para intentar arrebatar la corona a Buck Rogers, es uno de los iconos más relevantes del arte de las viñetas. Su popularidad le llevó a la radio, a la televisión, al cine… y, sobre todo, a permanecer décadas fiel a su cita con los lectores.

Sin embargo, la vida del héroe no fue tan plácida. En 1936, Raymond trabaja en la serie con su nuevo ayudante, Austin Briggs quien, de hecho, dibujará la tira diaria desde 1940, no así la plancha dominical. Cuando Raymond se incorpora al ejército, en 1944, con el mundo inmerso en la II Guerra Mundial, Briggs decide centrarse en esa página de los domingos, cediendo el testigo de la tira diaria a Daniel 'Dan' Barry (11 de julio de 1923, Long Brach, Monmouth, Estados Unidos – 25 de enero de 1997, Georgia, Estados Unidos), en lo que será el renacimiento del personaje a partir del 15 de noviembre de 1951.

Y aquí arranca el gran debate. Barry, en un principio, rechaza la oferta de la King Features Syndicate, la propietaria y distribuidora del personaje. En opinión del artista, los guiones de Flash Gordon eran, desde su mismo nacimiento, una especie de pastiche mitológico sin ningún peso. La obra se había hecho enormemente popular gracias a los inconmensurables pinceles de Raymond, pero él no seguiría por esa línea. Al fin, el tira y afloja se resuelve con el triunfo de Barry, quien dará un cambio total a la línea de la erie. El planeta Mongo desaparece por completo, y Gordon sigue con sus aventuras por la Tierra y alrededores, en un entorno altamente tecnológico, algo que a Raymond nunca le llegó a interesar. Para centrarse en el dibujo, al año siguiente Barry contacta con el guionista Harvey Kurtzman, con quien forma un equipo tan sólido que, para no pocos, es el mejor Flash Gordon de todos los tiempos. Mejor incluso que el de Alex Raymond.

El problema es que es muy complejo iniciar un debate cuando, en uno de los lados de la balanza, está Raymond, probablemente, junto a Hal Foster (El príncipe valiente), el mejor dibujante de la historia del cómic. Barry no llega a dibujar ni a entintar como él; su lápiz, de hecho, es excelente, depurado y moderno. Los dibujos de Raymond, de hecho, son esculturas, podrían, en su mejor época, servir de modelo para cualquier estudiante o profesional. Sus viñetas, a menudo, son auténticos cuadros. Las de Barry no. Pero es que Barry no pretende eso (otra cosa es que hubiera podido llegar a ese nivel casi divino), sino contar. Contar historias con frescura, ritmo y desde una perspectiva radicamente distinta a la desarrollada hasta entonces. Y Harvey Kurtzman sabe narrar, aunque eso no garantiza que la relación entre ambos, a la hora de la verdad, fuera sencilla. La causa de los continuos encontronazos: la costumbre de Kurtzman de acompañar sus textos con viñetas abocetadas que deben servir de referencia a Barry quien, como suele ocurrir, tiene otra forma de enfocar la secuencia. En cualquier caso, la colaboración es fructífera y las tiras resultantes de gran nivel. Como consecuencia, la popularidad de Gordon vuelve a subir. Esta es, por tanto, una nueva oportunidad de descubrir o de redescubrir al gran Frash Gordon de Dan Barry. Como siempre, en el mejor blanco y negro.

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