«Más que lo que hizo cada uno, me interesa la lógica que le lleva a justificarlo u ocultarlo»
escritor | Autor de 'Por un túnel de silencio' ·
El escritor documenta la represión policial del antifranquismo en la Gernika de los 70 y los mecanismos del odio y la violencia desatadaDe la mano del confuso testimonio de Paco Trasierra, un guardia civil destinado al cuartel de Gernika entre 1972 y 1977, el escritor Arturo Muñoz (Granada, 1986) describe en 'Por un túnel de silencio' (Ed. Pepitas de Calabaza) la espiral del odio que condujo a un clima catastrófica de represión y asesinatos. El autor, hijo del escritor Antonio Muñoz Molina, entrevista también a exmiembros de ETA, sindicalistas y vecinos de la localidad, y el resultado es un relato en el que las versiones no siempre coinciden con los hechos, ni éstos con los relatos. Más que una indagación en los hechos, Muñoz se ha centrado en las motivaciones personales, en un libro que, como dice su editor, «no gustará sobre todo a los que no lo hayan leído».
– Más allá de pensar que su padre podría estar amenazado, ¿de dónde sale esta curiosidad por el pasado del País Vasco?
– Por un lado, siempre he tenido un interés por la política y por la Historia. Quizás sin el componente emocional de la historia de mi padre y lo que yo temía que podía ocurrir, que igual no estaba fundamentado como yo me temía, quizás no me habría interesado tanto por el País Vasco. También creo que ha influido el hecho de que la Transición tiene unas peculiaridades y que no haya sido suficientemente explicada.
– ¿Cuándo sospechó que había más de lo que le habían contado?
– No lo sé. Tampoco he tenido nunca la sensación de que me estuvieran ocultando algo, pero es verdad que en los últimos años del franquismo y en la Transición se mezclan cosas que luego no se parecen al resto de la Historia de ETA. En ese tiempo, a ETA se la considera un movimiento contra la dictadura que genera simpatía en buena parte de la población vasca y también de la española. De alguna manera, se justifica un poco más lo que hace. Y esa Guardia Civil que en democracia nos explican que es una fuerza que actúa según leyes constitucionales no se corresponde con la de los últimos años del franquismo y eso genera una confusión en mí. De repente, esa persona a la que yo me acerqué sin saber que había sido guardia civil en el franquismo ya no encajaba tanto en el papel de víctima que yo quería atribuirle y resulta que había formado parte de un grupo al que yo identificaba inconscientemente como los verdugos porque eran las fuerzas represoras que detenían a los opositores e impedían el libre ejercicio de la prensa. Y que además, en ocasiones mataba no sólo a los militantes de ETA, sino a sindicalistas o miembros de cualquier movimiento antifranquista. Conforme avanzo el libro, entiendo que esta forma de acercarme al guardia civil culpándole no es del todo justa porque empiezo a ver las circunstancias en las que llega al País Vasco.
«En esa época hubo un grado de violencia policial muy grande, no creo que se pueda defender que fue perfecta, ni pacífica»
– El relato sigue a ese guardia civil, un narrador poco fiable del que usted mismo dice que olvida hasta sus opiniones, de tanto que miente, pero que por otro lado, siempre deja abierta la posibilidad a que otras versiones sean la verdad.
– No creo que mienta deliberadamente. A lo mejor, sí, no lo sé seguro, pero mi intención no era retratarlo como a un mentiroso porque no considero que lo sea, aunque estoy seguro de que hay cosas que no me ha contado o que ha tergiversado. No lo atribuyo a la intención de venderme un relato político, sino que se mezclan diferentes cosas. Por un lado, la lealtad en la Guardia Civil, de la que ahora no podemos hacernos una idea, pero que entonces era un cuerpo muy militarizado y jerarquizado. Los agentes rasos como Paco vivían muy sometidos a su mando y eran brutalmente castigados por cualquier indisciplina. Por otra parte, tiene una memoria selectiva, efectivamente.
– Quizás todo el mundo tiene una memoria reconstructora.
– Totalmente y por eso creo que una de las cosas interesantes del libro es que intenta entrar en esa lógica interna de distintos actores dentro del conflicto. Cada parte ilumina una parte de la realidad, por eso es curioso que en el libro podemos acceder a diferentes historias a través de distintos focos. Así, una cosa que ha contado Paco, unas páginas más adelante es contada por otra persona que matiza algunos aspectos. Algunos coinciden en las dos versiones y otros, no, y eso revela mucho de la psicología de las personas. Cada uno elige qué y cómo contarlo, no siempre conscientemente, ni con la voluntad de engañar. No tengo la sensación de haber estado entrevistando a mentirosos.
«ETA iba con una agenda clara de confrontación armada y asesinatos, pero la represión de aquellos años aceleró el proceso»
– Eso, ¿hace imposible que haya un relato compartido y común?
– Sí, sí. Es muy difícil. Hace falta establecer una verdad histórica aproximada, es decir, hay hechos objetivos y hay gente que debería haber pagado por cosas que hizo y no pagó.
– ¿En los dos bandos?
– Por supuesto. Sin duda. Y esa labor, que deben hacer los historiadores, no es la mía. No me interesaba tanto entrar en los hechos como revelar la lógica que tiene cada persona para justificar lo que hizo o para ocultarlo.
– El relato de Paco apunta a que, desde su punto de vista, salvar la vida a sus compañeros pasa por cometer vulneraciones de los derechos humanos.
– Claro, su lógica es totalmente militar. No tiene una lógica política, ni una vocación represiva, ni siquiera tiene conocimientos históricos o sociales para comprender lo que está pasando. Sus motivaciones no van por ahí. Su actitud, incluso ahora, no es de antipatía hacia Euskadi. Es una persona que siente genuina curiosidad por la cultura vasca. Las cosas cambian cuando empiezan a acosar a los que considera los suyos: su mujer, a su hijo y a sus compañeros. Quizás es lo más importante porque todo el mundo se rige por el sentimiento de pertenencia a su tribu. Vivían totalmente aislados en el cuartel, cosa que tampoco ayudaba. Curiosamente, Paco no se ha hecho mala sangre, ni guarda un rencor particular hacia esos años.
«No puedo defender la impunidad de los 'ultras' o los agentes corruptos, pero la ley de amnistía la defendió la izquierda»
– ¿Cree que el libro destruye los consensos de la Transición?
– No lo sé. Hay un libro muy interesante del historiador Xabier Casals, 'La Transición Española: El voto ignorado de las armas', que cuestiona la idea de una Transición totalmente pacífica y modélica. No es ningún secreto: es público que hubo un grado de violencia, de represión policial y de asesinatos innegable. No creo que se pueda defender que la Transición fue perfecta, ni pacífica.
– Hay testigos de aquella época que describen una Gernika burguesa y conservadora en un clima de paz social que dinamitó la llegada del capitán Hidalgo al cuartel de la Guardia Civil. ¿Piensa que aquella represión cebó lo que vino después?
– Sí, sin duda. Empezando por el Proceso de Burgos, en un momento en el que ETA estaba muy débil y cuyos propios militantes reconocen que si no hubiera sido por eso, quizás no hubiesen llegado mucho más lejos. Es verdad que la represión del capitán Hidalgo en esa zona fue durísima y que la gente que vivió allí dice que la cosa no se hubiera puesto tan fea de no ser por Hidalgo, y también lo es que ETA jugaba a esa estrategia de acción-represión-acción, y que sacaba rédito de todo esto. ETA ya iba con una agenda clara de confrontación armada y asesinatos, pero la represión de aquellos años aceleró el proceso.
– ¿Hay algo del Kurtz de Joseph Conrad y Coppola en este capitán Hidalgo, en el sentido de hacer la guerra sin reglas, ni leyes?
– Sí, Hidalgo iba por libre. Sin duda, Kurtz era más interesante, aunque me hubiera gustado conocerlo, pero murió en 2012. Sí hay algo de los personajes de Conrad, heridos y misteriosos, y sin embargo, con los que acabas empatizando de una forma incómoda. Somos seres humanos y no podemos evitarlo porque tenemos el impulso de entender.
– ¿Cuándo situaría el cambio en la actuación de la Guardia Civil?
– La represión se profesionalizó mucho. Como mínimo, está claro que en los años ochenta la tortura fue una práctica generalizada y seguramente hasta el final hubo episodios de este tipo, pero no lo sé con certeza.
– El libro apunta a que se puede ser a la vez víctima y victimario.
– La película 'Land of Mine', de Martin Zandvliet, me hizo un clic para entender lo que tenía delante porque empaticé con soldados nazis que eran víctimas en ese momento. Es así de ambiguo. No significa que haya que relativizar o que no tengas que pedir responsabilidades, pero hay que atender a las vidas de forma individual.
– En los casos que usted relata, hubo tropelías y crímenes por todas partes, pero unos cumplieron condenas, mientras que otros quedaron impunes.
– Claro. Y no puedo defender eso. Es cierto que a toda esa gente que retrato en el libro le afectó una ley de amnistía que impidió juzgar a gente de ultraderecha y a miembros corruptos de la Guardia Civil, pero que fue muy defendida por la izquierda. Por otra parte, a los militantes de ETA que aparecen en el libro se les juzga y luego se les amnistía, pero al menos se establece una sentencia. Eso tenía que haber funcionado con la otra parte y no se hizo. Mi opinión es que debería haberse hecho un proceso más limpio y menos oscuro.
«Es peligroso construir ficciones sobre el tema vasco a la medida de un mensaje político»
– ¿Le ha causado problemas la publicación del libro?
– Lo de encontrar editorial fue relativamente rápido, pero sé que para Julián Lacalle (uno de los fundadores de Pepitas de Calabaza) no ha sido tan fácil. Es de Logroño, tiene mucha relación con Euskadi y nunca había querido publicar nada sobre este tema porque le saturaba, lo había vivido muy de cerca. Conocía a gente implicada tanto en un lado como en el otro, pero le parecía que mi perspectiva era menos ideológica y menos agresiva que las que conocía y que por eso se animó a publicarlo.
– ¿Cómo ve esta oleada de libros, series y películas sobre el conflicto vasco?
– Lo comprendo. Es algo sobre lo que no se había hablado tanto mientras sucedía porque es más difícil hacerlo en tiempo real. Sí creo que hay un peligro de querer construir ficciones a la medida de un cierto mensaje político. Me parece peligroso. Creo que habría que llegar a un consenso mínimo sobre la realidad, no sé si a través de una comisión de la verdad, unos cuantos hechos básicos que todos admitamos.