«¿Hay que sentirse orgulloso de que el descendiente del esclavo de un vasco gane una medalla?»
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El periodista donostiarra desmonta en su libro 'Vuelta al país de Elkano' algunos de los mitos más habituales y persistentes del imaginario vasco
El periodista y escritor Ander Izagirre mantendrá un encuentro con los lectores en el Aula DV del próximo martes (Aquarium, 19.00 horas). Su nuevo libro, 'Vuelta al país de Elkano' (Ed. Libros del K.O.), bucea en el pasado de Euskadi y al hacerlo desmonta buena parte de la mitología historiográfica vasca.
- ¿Cree que alguien del País Vasco y alguien de fuera harán lecturas diferentes del libro?
- No lo sé. Alguien me dijo el otro día que el libro estaba pensado para alguien que no conociera esto porque había mucha descripción y me sorprendió porque si describo es porque redescubro. Puede haber más resistencias por algún tipo de lector vasco al que le chirríen algunas cosas respecto a sus ideas de identidad, pero cuestiones como el papel de los vascos en el tráfico de esclavos se van asumiendo. Esa idea de que somos los últimos aborígenes aún está muy presente. Luego hay otro tipo de orgullos que me interesa mucho: en el Mundial de 2018 circuló por las redes sociales una lista de jugadores de varios países que tenían apellidos vascos. Y la gente decía: «Qué selección podríamos hacer». Pero en Colombia, con María Eugenia Urrutia, aprendí que muchos de esos apellidos los recibieron los esclavos de sus patrones. Era el sello del patrón esclavista. ¿Un vasco tiene que estar orgulloso de que la colombiana Caterine Ibargüen saque una medalla en triple salto en los Juegos Olímpicos? ¿Te puedes apropiar de ella y encasillarla donde quieres? Es como que el pueblo del esclavista se queda después con el mérito del descendiente del esclavo, ya es el colmo.
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- ¿Qué ha aprendido sobre su país con este libro?
- He entendido mejor por qué nuestra historia y nuestra geografía es la que es.
- ¿En qué sentido?
- Los pueblos están construidos en sitios horribles para ese propósito, pero es que era una sociedad que vivía pensando en el mar. Las casas las construían donde fuera, pero el lugar tenía que ser bueno para los barcos. La tierra era un obstáculo y el mar era el camino. Lo que he aprendido es que este país ha tenido que vivir volcado al mar, lo importante eran los barcos y eso ha modelado una historia de contacto con el otro: con el norte de Europa, con Terranova, con América, con el norte de África. Lo que mantiene viva esta cultura es el contacto con los demás, no el repliegue.
