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Un viaje de norte a sur
VICTORIA EUGENIA ·
Estas son las cosas que tiene el ciclo JazzEñe en el Victoria Eugenia. Que dos grupos tan aparentemente diferentes y a los que separan más ... de 800 kilómetros de distancia, ofrezcan una píldora de la riqueza musical que cruza de norte a sur la Península. El camino desde la música tradicional vasca al folclore flamenco no sigue una línea recta, más bien, se parece más a un serpenteante laberinto que toca diversos puntos del globo.
Así lleva haciéndolo Oreka TX desde 1997. Un trayecto a través de los sentidos, como una meditación en movimiento que se sumerge en el pecho e hipnotiza. Hablar de tradición vasca sería quedarse corto, porque el vehículo en el que viaja el quinteto recorre culturas de Oriente a Occidente y de la modernidad al medievo. Un paseo en el espacio y en el tiempo.
Mixel Ducau capitaneó esa nave con los sonidos arábigos de su soprano y en rápidas improvisaciones con la alboka que tan pronto caían del lado del jazz, como del blues. También Otxandorena ejerció un importante papel con el bouzuki, que brillaba en las cuerdas agudas mientras emulaba a un bajista que no aparecía en escena. Iñigo Egia soldaba a fuego la amalgama rítmica tanto en el cajón, como en los timbales, para encajar cada semicorchea en los espacios que liberaban los txalapartaris.
Precisamente fueron estos quienes mayor interés atrajeron. Todo lo que se construía partía de cero y nacía de ellos dos, primero con dos sencillas notas entre las que se iban intercalando corcheas que dibujaban una melodía. A ella se le sumaba un timbal y, más tarde, el punteo del bouzuki para generar una armonía en círculos. Sobre aquella base, Ducau improvisaba unos primeros motivos que se agudizaban hasta alcanzar el cúlmen. Luego, un final 'interruptus' que marcaba una nota al unísono.
Y de norte a sur a través de las venas por las que corre la sangre flamenca de Chico Pérez. El jienense bebe de sus raíces pero con el permiso de liberarse hacia estéticas más abiertas y atmosféricas. Las ideas que nacen de su ingenio compositivo resultaron agudas y poco evidentes. Sin embargo, el recital fue cubriéndose poco a poco por una calma chicha que pecó más de introspección que de arrebato. Gran parte de ello podía deberse a la tímida sonorización del piano de Pérez, cuyo ataque quedaba envuelto entre los graves del bajo eléctrico y el violonchelo.
«Si nosotros nos lo pasamos bien sobre el escenario, vosotros os podréis emocionar. Y eso vamos a intentar», dijo y así fue. El carácter se hizo notar en solos que crecían desde el blues hasta las cadencias flamencas con sus pulsos sincopados. La batería provocaba con garra y mucha actividad, tan pronto caminando con el peso de las escobillas, como flotando en el aire de los platos. La voz de Aroa continuaba enraizando todo el espectáculo hacia el flamenco, para que nadie se olvidara de su origen.
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