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Comienza la cuenta atrás: tres, dos, uno… Lanzamiento. El transbordador espacial abandona la conexión a tierra y la atmósfera empieza a volverse más densa con ... el sonido del rhodes de David Sancho. Y, a medida que Barrueta inventa con sus cacharritos percusivos, el aire se vuelve más ligero y la flauta de Trinidad Jiménez aumenta esa sensación como de ingravidez.
Aún no ha perdido de vista la Tierra y, quizá por eso, todavía se le vienen a la mente las melodías flamencas que escuchaba por casa, en Almería, y los colores 'Ocre y azul' del desierto y el mar a los que le ha escrito. El viento de Levante sopla en su flauta baja, esa imponente travesera de madera de sonido cálido y grave que canta por seguiriyas.
Mientras, su teclista inventa con la mano izquierda sobre los sintetizadores de la sala de control de la nave. Reto nada sencillo el suyo de aportar el toque electrónico a un álbum que, como no podía ser de otra forma, han titulado 'Eléctrica'. Y es que aunque el ciclo JazzEñe nos acostumbra año tras año a descubrir lo más reciente del jazz flamenco, cada vez van entrando con más fuerza las propuestas que aúnan este con sonoridades más contemporáneas.
Intérpretes: Trinidad Jiménez (flauta, flauta baja), David Sancho (piano, Fender Rhodes, sintetizadores) y Borja Barrueta del Río (batería). Roberto Nieva (saxo alto), Xan Campos (piano), Thiago Alves (contrabajo) y Rodrigo Ballesteros (batería).
Lugar: Teatro Victoria Eugenia.
Asistencia: 493 espectadores.
Objetivo aproximándose. Algo así se escucha desde las bambalinas del satélite espacial. «Tenía esta fecha marcada en rojo», dice Roberto Nieva al observar su planeta destino desde la cabina, «tengo un fuerte vínculo con esta ciudad en la que pasé cuatro años». El saxofonista abulense es el encargado ahora de coger los mandos y aterrizar con su tripulación de cuatro músicos la aventura que antes había iniciado Jiménez.
Interpreta 'Two-Dimensional', ese jazz marciano, sesudo y amenazante que pone banda sonora a una expedición desconocida. Música sin tierra firme donde pisar y una armonía atonal sobre la que hacer virguerías rítmicas y solos vertiginosos, que apenas el público pudo acertar a entender (aplaudir).
'El fuego diminuto de un planeta', homenaje al poema de Neruda, suena durante el aterrizaje. Una balada triste, casi réquiem, que demuestra por qué a veces solo se necesitan dos notas para narrar una historia. La melodía que crece hasta convertirse en un huracán sonoro de humo y arena, y que se disuelve de un plumazo para volver a la calma inicial. La nada, el vacío. El silencio galáctico tras un viaje interespacial que termina mirando a través de 'La ventana de la ventana' y acordándose de casa, del piano de Satie en el saxo de Nieva.
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