Judith Hill
La estadounidense presentará esta noche en la Zurriola 'Letters from a Black Widow', un álbum que transforma el dolor y el estigma en un manifiesto de identidad
Dos despedidas prematuras y un mismo telón que siempre cayó demasiado pronto. Cuesta separar su nombre de las ausencias que la rodearon, pero su historia, ... como todas comienza desde el principio. Judith Hill recuerda con nitidez la primera vez que se subió a un escenario: tenía apenas cuatro años y cantaba 'Amen' en su iglesia cristiana de Los Ángeles. Allí aprendió junto al coro infantil y asistía puntualmente a los ensayos del coro góspel de adultos, dirigidos por Rose Stone, hermana de la leyenda del funk Sly Stone, mientras su madre la acompañaba al piano. Aquella escena, aparentemente doméstica, contenía ya todas las claves de su destino: una voz precoz, una educación musical rigurosa y un arraigo espiritual que aún hoy recorre su música.
Es hija de Michiko y Robert 'Peewee' Hill, músicos profesionales —ella japonesa, él afroamericano— que hizo que creciera en un hogar musical, rodeada de funk, soul, jazz y disciplina en el que se grababan jam sessions. De ahí nació una artista hecha a fuego lento, entre partituras, ensayos y una conciencia temprana de lo que significa sostener una carrera musical desde la base.
Años más tarde, su vida daría un giro inesperado cuando fue elegida como corista principal para la gira 'This Is It' de Michael Jackson en 2009, donde iba a interpretar, entre otros temas, 'I Just Can't Stop Loving You' a dúo. Lo que parecía el trampolín definitivo se convirtió en una tragedia compartida: Jackson murió antes de salir de gira, y Hill fue una de las voces que interpretó 'Heal the World' en su funeral, frente a millones de espectadores, lo que la proyectó internacionalmente. Su ascenso quedó retratado en el documental ganador del Oscar '20 Feet from Stardom'.
El duelo no le dio tregua. Años después, otra figura legendaria —Prince— vio una entrevista suya en televisión en la que decía que soñaba con colaborar con él y esa misma noche la llamó y la invitó a Paisley Park, donde produjo su primer álbum, 'Back in Time', en cuestión de semanas, en un proceso tan rápido que él mismo lo calificó como el disco «más veloz» de su carrera. La historia pudo haber sido otra vez la del lanzamiento soñado, pero el ciclo volvió a repetirse, ya que en 2016, Prince murió repentinamente.
Comenzó su carrera a principios de la década del 2000 orbitando alrededor de esas leyendas del pop, y en la década siguiente estableció una carrera en solitario construida sobre una discografía de álbumes cada vez más refinados y creativos que continuaron con 'Golden Child' (2018) y 'Baby, I'm Hollywood!' (2021).
Hoy se presenta desde un lugar complejo y auténtico, propio y liberador, que explora a fondo en 'Letters from a Black Widow' (Cartas de la viuda negra), su último álbum y un testimonio de renacimiento tras la sombra, donde reescribe su historia desde un lugar distinto: como autora de su propia reconstrucción. El álbum es un ejercicio de catarsis y afirmación, que explora el estigma, el juicio público y la identidad desde un ángulo íntimo y valiente. En sus letras no hay nostalgia ni victimismo, sino una voz que ha aprendido a habitar la sombra sin dejar que la defina.
Graduada en composición musical por la Universidad de Biola, ha trabajado con artistas tan diversos como Elton John, Rod Stewart, Robbie Williams, Hozier, George Benson o Eric Clapton —con quien lanzó en 2023 el sencillo 'How Could We Know'—. Fue la responsable de la banda sonora de 'Red Hook Summer', de Spike Lee, y coautora del éxito 'Trouble', interpretado por Iggy Azalea y Jennifer Hudson.
Compositora, arreglista y multiinstrumentista, su música transita con soltura entre el soul, el R&B, el funk, el jazz y el rock, con raíces firmes en el góspel y el blues, que sirven de base sonora a un repertorio cargado de personalidad. Entre líneas se cuelan el estigma, la pérdida y el juicio público, que Hill canaliza con una madurez artística que la consolida como una voz imprescindible del soul contemporáneo. Lo hace respaldada por su círculo más cercano: su madre, Michiko Hill, al órgano, y su padre, Robert 'Peewee' Hill, al bajo, junto al baterista ghanés Shadrack Oppong, que también la acompañarán sobre el escenario Keler de la playa de Zurriola, esta noche a partir de las 21.00 horas.
–¿Qué significa para usted 'Letters from a Black Widow'?
–Es una colección de emociones que me ayudó a trabajar el trauma. La Viuda Negra fue un estigma muy inquietante y doloroso que tuve que enfrentar y superar. La gente me llamaba así como una extraña forma de superstición, y era como un puñal afilado. Este álbum me permitió procesarlo.
–¿Cómo describiría el álbum?
–Es una casa segura. Me permite expresarme y crear sin las voces externas. Fue la primera vez que me di una voz a mí misma y me permití llegar tan profundo.
–¿Qué compartirá en el escenario del Jazzaldia?
–Compartiré un collage de música de todos los álbumes. Algunas canciones son muy sombrías, mientras que otras te hacen querer levantarte y bailar.
–¿Qué le llevó a abrir estas 'cartas' y decidir compartirlas con el mundo ahora?
–La pandemia fue una oportunidad para abrir esas cartas sin ninguna presión. Primero lo escribí como un ejercicio personal y luego el artista que hay en mí lo elaboró y transformó en piezas para la actuación, cargadas de drama y sonidos cruzados de géneros.
«Me he apropiado de mi historia. Al mundo le cuesta entender esa narrativa, sin importar lo que hiciste antes o después»
–Su voz ya no solo apoya a otros, sino que ahora lidera. ¿Qué ha significado asumir plenamente el rol de artista principal y construir una identidad más allá de los gigantes que una vez acompañó?
–Ha sido un camino muy inesperado; nunca lo hubiera imaginado. Siempre he escrito y tocado mi música, incluso antes de trabajar con esos gigantes. Sin embargo, al mundo le cuesta entender esa narrativa. Una vez que te asocian con alguien famoso, esa se convierte en tu historia principal, sin importar lo que hiciste antes o después. Estoy agradecida por todas las colaboraciones y experiencias que he tenido con otros artistas; sin embargo, nunca ha cambiado el hecho de que soy la misma Judith que siempre he sido desde la primera nota que canté en el coro góspel.
–Su biografía abarca continentes, géneros y culturas: herencia afroamericana y japonesa, educación cristiana, años en Francia, raíces funk en Los Ángeles… ¿Cómo se reflejan todas esas capas de identidad en este nuevo trabajo, sonora y personalmente?
–Las veo todas como gemas hermosas que he recogido en el camino. He tenido una aventura increíble y he visto mucha magia a lo largo del recorrido. No puedo evitar ser multidimensional y diversa. Eso se refleja en las canciones que escribo y en los estilos musicales que interpreto.
–Comparte escenario con sus padres. Muchos artistas se rebelan contra los suyos, usted los trae al foco. ¿Qué significa hacer música con quienes le criaron?
–Creo que es muy poderoso tener a mis padres compartiendo escenario. Es algo poco común y creo que fomenta la idea de familia y unidad generacional en una cultura que está completamente obsesionada con la juventud.
–Parece que compuso con el corazón roto y el oído muy afinado. El sonido está cargado de capas, texturas y atmósferas. ¿Cómo moldeó el sonido?
–Vino de diferentes lugares. Algunas canciones empezaron con palabras, otras con el groove, y otras con una imagen. Por ejemplo, la primera canción nació de mi visión de una montaña que simbolizaba el peso que cargaba. Al ir armando la música, pude introducir los temas y dejar que la imagen influyera en los grooves y sonidos.
–El título recupera una figura demonizada en la cultura pop: la viuda negra. ¿Buscaba honrar a la mujer que se teme, se malinterpreta o simplemente se niega a ser pequeña?
–Creo que mi dolorosa experiencia es algo que otras mujeres también han vivido. La cultura pop suele demonizar e intimidar a las mujeres que teme o no entiende. Espero que otras mujeres puedan encontrar apoyo y valor para reclamar sus voces en una sociedad hostil. Pude apropiarme de mi historia y recuperar mi sentido de identidad que había perdido.
–Presentará este álbum en San Sebastián. ¿Qué relación tiene con el jazz como forma de improvisación y libertad?
–Creo en ir a donde el espíritu conduce y permitir que el corazón lidere en el mundo de la improvisación. La música puede traer sanación, claridad y liberación cuando nos abrimos a recibirla. Mi esperanza es conducir al público hacia ese espacio.
«Trabajando con ellos aprendí que algunas personas realmente creen en los milagros. Michael y Prince eran esas personas»
–Ha caminado junto a dos de las figuras más icónicas y complejas de la historia moderna de la música. Compartió escenarios, ensayos y momentos creativos con Michael Jackson y Prince. ¿Qué aprendió de esa experiencia?
–Aprendí que algunas personas realmente creen en los milagros. Michael y Prince eran esas personas. Alcanzaban una cima más alta de lo que otros podían imaginar. Para llegar a esa cima, se requiere disciplina, fe y un impulso implacable que alimentas cada día.
–¿Cómo transformó su manera de entender la música?
–Me ayudaron a reconocer que la música crea cultura. Siempre fui músico y cantante antes de trabajar con ellos, pero realmente pude ver cómo la música puede influir en las personas a gran escala. No hablo de tendencias, cultura de celebridades o éxito, sino de la esencia y el potencial de la música. A veces me siento sola como artista, pero soy independiente y bailo al ritmo de mi propio tambor.
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