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El indiscutible mérito que atesora Marco Mezquida (Menorca, 1987) es el de haberse convertido en un divulgador popular del jazz. Una especie de trovador alrededor ... del cual se sientan todos –puristas y noveles– a escuchar entusiasmados sus relatos bañados de blues, impresionismo y música contemporánea. A todos convence y nadie es capaz de etiquetarle en un estante de la disquería (segundo mérito). Pero Mezquida se mantiene ajeno a todo ello, porque él dice que no 'toca' el piano, que él 'juega' el piano (del verbo 'to play' en inglés), y es esa la filosofía que le hace divertirse en este oficio con la mentalidad de un niño. Este viernes vuelve a la Trinidad (21 horas), donde compartirá escenario con el nuevo 'crooner' del jazz, Gregory Porter.
– ¡Se ha cortado la coleta! Y no de manera simbólica, me refiero...
– Bueno, siempre lleva algo de simbolismo también. Pero, sí, me apetecía estar más fresquito de cara a un verano que va a ser intenso y que cojo con muchas ganas. Fui a Roma, luego volé a Stuttgart y ahora a Donosti, antes de viajar a Rumanía. Sigue la aventura.
– Hábleme de 'Tornado'.
– Pues 'Tornado' es mi último proyecto y mi vuelta al trío de piano jazz con contrabajo y batería, porque hace ya varios discos que trabajo otros formatos menos jazzísticos. Es una música que he creado para volar muy alto junto a Masa Kamaguchi, un gran contrabajista japonés, y Ramón Prats, enorme baterista de Banyoles, de Cataluña. Bebemos mucho de la libre improvisación y del blues, de melodías que son una mezcla de todos los estilos que habitan en mi música. Y de alguna manera, es también una declaración de principios, un viaje sonoro y muy simbólico. Una gran tormenta sonora donde puede haber mucha potencia, pero a la vez también, después del gran tornado, la calma, la reconstrucción y la alegría.
Cartel Marco Mezquida + Gregory Porter.
Día y hora Este viernes, a las 21.00 horas.
Lugar Plaza de la Trinidad.
Entradas 50 euros.
– Le escribe un tema a su gato, 'Fellini' y el que cierra el álbum honra a alguien muy especial. ¿Quién era su abuela María?
– Pues era mi abuela aragonesa, que se fue hace un año y medio. Es mi manera de acabar el cedé con una melodía muy tierna y a la vez como una forma de despedida o añoranza, ¿no? En ella se podían casar a la vez diferentes estilos de música lírica, como el fado o la música romántica. Y también hay algo muy mediterráneo y muy pausado en esa serie de acordes, para contrastar con el inicio del disco, que son esas primeras canciones más 'tornadescas', con más swing y con más deconstrucción de melodías, de armonías, y de fraseos más rápidos. Y tras toda esa intensidad, la calma final.
– También se dedica un tema a sí mismo, 'Self portrait'. Muchos intentan etiquetar a Mezquida —el Picasso del jazz— pero, ¿cómo se define usted?
– Me gusta cuando los pintores hacen autorretratos porque son como fotografías puntuales de su vida. Lo digo porque uno podría hacerse un autorretrato cada equis tiempo y siempre se vería diferente, ¿sabes? Este es el momento en que uno se ve y cómo uno se siente, y este autorretrato tiene dos partes: una melodía que, a la vez que muy popular, es una libre improvisación sin tempo, más rubato; y la segunda parte, con una parte bluesera y con ritmo de shuffle. Es el contraste entre lo figurativo y lo abstracto.
– Es curioso porque parece una persona muy tranquila, transmite paz, pero con un piano cerca saca su lado más visceral. Es pura emoción.
– Siempre he sido tranquilo, porque vengo de una isla muy calmada, pero obviamente la efusividad y el movimiento interno están allí y el piano es el mejor instrumento para transmitir eso. Me siento libre. En cada concierto la música tiene que expresar emociones: hay momentos de mucha alegría, de pasión, hay otros momentos de más intimidad o de calma, otros que son de efusividad... Bueno, pues el artista tiene que remover todo eso y explicar algo. No es venir a hacer palmas como si nada. Ese es un poco el objetivo de la música y de alguna manera, pues eso, sí, mi personalidad.
– ¿Entiende una forma de hacer música que no sea esa? ¿O puede uno llegar a actuar como si fuera un día más en la oficina?
– No, hombre, no, Es que si fuese así, tendríamos que dedicarnos a otra cosa porque se notaría demasiado, ¿sabes? Y uno, encima del escenario tiene que ofrecer un espectáculo, de hecho, los americanos no hablan de conciertos, hablan de 'shows'. Y tiene que haber un poco también de eso. Si no hay emoción, pues quizás puedas hacerte famoso por ser más contenido, como Diana Krall o como artistas que no se despeinan mucho, y también está bien. Simplemente tienes que tener una marca de la casa y yo prefiero no ser muy soso.
– Porque de hecho en su vocabulario nunca entra la expresión 'tocar música', siempre habla de 'jugar'.
– Es que la música tiene una conexión espiritual con el arte, una manera de conocerse a uno mismo y de ofrecer algo más que una cosa tan superficial como es tocar, ¿no? Toco el piano: pues vaya. Por eso también suelo decir que 'ofrezco' conciertos, me gusta esa idea de hacer una ofrenda con la música a gente de todos los tipos, creencias, edades y gustos políticos que se encuentran en un lugar para recibir algo. Así que jugar es algo importantísimo, profundo y espiritual en la música. El juego es divertirse, es celebración, es conectar con el presente y todo eso es siempre necesario para no caer en horario de oficina de nueve a seis. Pero el jugar también te demanda una atención y una concentración mucho más presente.
– Hace poco le propuso a su hijo Milos, de 3 añitos, 'jugar' un rato delante de 150 personas y él le dijo que sí. Así que salieron juntos a tocar al escenario del Teatro Mundial con su pequeña batería. Para él la música es un juego, ¿en qué momento se convierte en otra cosa?
– Tiene que seguir teniendo un equilibrio entre el juego, la pasión, el esfuerzo y la dedicación. Siempre pongo el ejemplo de Rafa Nadal o los grandes deportistas: se lo siguen pasando bien con el juego y es algo maravilloso verlos en acción y sintiendo cómo disfrutan. Pero claro, el juego no les ha evitado que hayan entrenado con sol, con nieve, con lluvia, con frío, con calor, con lesiones, con dolor de cabeza, con resacas... Da igual, siempre han seguido entrenando. Claro que hay juego y claro que hay pasión, pero claro que detrás hay muchísimas millones de horas y días de esfuerzo, y frustración y dificultad, y lucha interna. Todo tiene una coherencia luego cuando sales al escenario o Nadal sale a la pista con un espíritu mucho más de juego, porque es cuando dices: ahora es el momento que más vale la pena como resultado de todo lo anterior.
– ¿Por qué cree que gusta tanto a puristas como a quienes no escuchan jazz?
– Es una buena pregunta y tampoco me lo habían hecho... Estoy contento de sentir que puedo tocar para todo tipo de público, porque siempre reivindico que no hay que ser un erudito para disfrutar del jazz. Por supuesto que he hecho cosas más elitistas pero desde un lugar mucho más mundano y con la ilusión de que, por muy difícil que sea la composición, al final llegue una energía sonora que sea vital, fresca y que permita que cada uno después interprete lo que quiera imaginarse. No sé, es un misterio. Sois más los críticos los que tenéis que explicar el porqué.
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