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La ilusión por hacerse un hueco. La pelea constante por perseguir un sueño. El espíritu de nuevas generaciones del jazz como la de David Sancho y cía es síntoma del buen estado del que goza un género que, si tiene futuro, es porque aún hay ... quien todavía lo cree así.
El suyo es un jazz melódico, de fácil escucha, y puertas abiertas. Tradicional en su origen pero con aspiración por el pop, como una invitación a acercarse a él sin miedo. Desde luego, nada que hayamos escuchado antes en las sesiones previas de este JazzEñe, y eso teniendo en cuenta que el pianista ya acompañó el pasado miércoles a Trinidad Jiménez en la primera cita de esta edición.
Simpático como acostumbra, el músico madrileño aprovechó la ocasión para ofrecerle al teatro donostiarra una breve muestra de lo que será su próximo disco 'Mind in Progress', aún en el horno. Sobre eso mismo bromeó con el público: «La buena noticia es que no vais a tener que ir a comprarlo al puesto de merchandising después del concierto».
El de Sancho es un piano sensible, dulce y sin demasiado afán de protagonismo. Eso se lo deja a un bajo eléctrico cuya libertad le permitió dibujar líneas cantantes, y a la batería ligera de Barrueta. Todo adornado por los colchones del violín y la flauta travesera, que fueron como dos rectas paralelas en un discreto segundo plano.
Mismo plano que ocupó Mezquida en el cuarteto de Juan Saiz. Que sí, que sí. Marco Mezquida, el gran atractivo de la noche de la Trinidad y su cartel compartido con otro grande como Gregory Porter, se pasó por la mañana por el Victoria Eugenia en labores de 'sideman'. Aunque ya se sabe que el menorquín no es de aguantarse mucho los caballos y se llevó buena parte de los aplausos.
Intérpretes: David Sancho (teclados), Marta Mansilla (flauta), Jesús Caparrós (bajo eléctrico), Amara Ríos (violín), Borja Barrueta (batería). Juan Saiz (saxos, flauta), Marco Mezquida (piano), Eric Surmenian (contrabajo), Genís Bagés (batería).
Lugar: Teatro Victoria Eugenia.
Asistencia: 582 espectadores.
Una propuesta extremadamente contemporánea la del 'Pindio II', último trabajo del saxofonista Saiz, con muchos jugueteos rítmicos, ruiditos en pregunta-respuesta, y pocos lugares comunes en los que el oído pudiera descansar.
Curioso. Tan pronto se embebían en un thriller tenebroso plagado de sonidos extraños ('Prelude to Eber') como en un afro bailable ('Index librorum prohibitorum'); en una llorona balada entre el piano y la flauta como 'Aurora', o en la vertiginosa velocidad de una persecución policial en 'El grito'.
Liderados por los vientos de Saiz y su disciplinada forma de estar, el consolidado cuarteto puso el contraste a la mañana y permitió ver a un Marco Mezquida en un registro diferente al que aparecería en la 'Trini' horas después.
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