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Elena sierra
Viernes, 9 de diciembre 2022
El escritor Harkaitz Cano (Lasarte, 1975) es un habitual de la Azoka –lleva viniendo desde 1991– y en esta edición hace malabares con varios proyectos. ... Tampoco es algo raro en su trayectoria, pero es que esta vez se le va a ver en un par de presentaciones además de en el stand del colectivo *zart, en el que también están Mikel Urdangarin, Rafa Rueda, Maite Larburu, Elizabeth Macklin, Iker Lauroba, Alain Urrutia, Oier Aranzabal y Naiara Egimendia.
– Explique *zart, que no es editorial, ni discográfica, ni productora, ni grupo de terapia, y al mismo tiempo es todo eso y más.
– Nuestro ecosistema no sé si permite, propicia o te obliga a estar pendiente de todos los pasos de la cadena productiva, por decirlo 'feamente'. Como creador tienes que estar muy al corriente de todos los trabajos que hay que hacer para sacar un proyecto adelante. Nosotros, como cooperativa, hacemos lo que editoriales convencionales desdeñan o no les interesa o no es rentables, o que les parece muy difícil de vender. Y esto nos sirve también para ser conscientes de lo que hacen bien las editoriales; ser dueño de tu propia obra durante todo el proceso te hace ver cómo funciona todo, buscar precios, visitar la imprenta, ver las pruebas, si ha llegado mal y hay que repetir, aprender a negociar. Ahora vemos todas esas cosas terrenales de las que parece que el artista no se tiene que ocupar... y no es verdad.
– ¿Durango es un paso más en esa cadena?
– Sí, montar tu propio stand, respirar desde la víspera qué es lo que traen los demás, cuál es el estado de ánimo...
– ¿Y cuál es este año?
– Hay ganas, hay efervescencia, las expectativas son altas. Se esperaba gente pero no sé si tanta como hemos visto en la primera mañana.
– Cuando ha dicho «nuestro ecosistema no sé si permite, propicia o te obliga», creía que iba a mencionar la colaboración entre artistas. Para usted es lo habitual.
– Eso también. Hay mucho roce entre nosotros. Para mí este año ha sido, en ese sentido, agotador pero muy apasionante. Desde la obra de teatro, 'Hondamendia' (ficción teatral basada en la tragedia del vertedero de Zaldibar y en la pandemia coproducida por las compañías Axut! y Artedrama), hasta el cómic de Mikel Laboa, el libro de arte con Lorena Martínez, el libro de poemas y el libro-disco 'Loti Herrena'.
– ¿Es inevitable en este ecosistema? Hay muchos artistas creando en colectivo de forma recurrente.
– No, depende del carácter de cada uno. En muchos casos empiezas a colaborar por cercanía y también por necesidad. Si te dedicas solamente a escribir sonetos, quizá lo tengas un poco difícil, o solo poesía, o solo novela, que sigue siendo el género hegemónico en literatura. Pero tampoco puedes escribir una novela todos los años. Al menos en mi caso no.
– Hablando de sonetos, nada más entrar aquí le han llamado 'alejandrino'. Tras publicar 'Pozaren erdia', ¿ya se ha quedado con el mote?
– Alejandrino Cano (risas). Yo iba contándole a la gente que estaba escribiendo sonetos y la respuesta era «Aaaah. ¿Y estás bien? ¿Tienes fiebre? ¿Qué son, las consecuencias sobrevenidas del covid?».
– Pues entonces esta pregunta se la han hecho mucho: ¿qué le pasó? Porque de usted conocíamos su manera de escribir en 'verso libre', también en la novela.
– Siempre ha sido así, sí. Y después de casi tres décadas publicando me he sorprendido a mí mismo en un formato que me era ajeno y por el que no me he interesado hasta hace tres años. Y eso es un regalo, sorprenderte con algo que estás haciendo, ilusionarte. Yo lo comparaba con un Rolls Royce.
– ¿Cómo?
– Nunca me he metido en uno pero será como ¡ostras!, qué bien pensado está todo. Con el soneto he tenido esa sensación de ¡guau, qué diseño! Tengo una rima y cuando me aburro ya tengo la siguiente, y hay una tercera variación. Entras en comunicación no solo con un formato técnico, sino con una tradición, con lo que el soneto lleva pegado, como si la mitad del trabajo la hiciera el formato –la métrica que te va arrinconando– y la otra tú –como Houdini, tienes que saber salir a flote buscando otra rima–. A veces no lo consigues y ese sonato es pésimo. Y si no, es casi adictivo. Empecé en pandemia y tenía temporadas de uno al día. No tenía paz ni podía ir a desayunar hasta no tener el soneto más o menos completo. Me advirtieron colegas, que hay que saber dejarlo a tiempo (risas).
– ¿Luego se descubrió 'hablando en soneto'?
– Ahora el problema es cómo leerlo. En euskera no hay tanta tradición de este ritmo, esta cadencia, de 'se lee así'. Estoy hablando con bertsolaris, con músicos, con gente de teatro para saber cómo lo leerían. Les pido mensajes de voz. Está siendo sorprendente. Quiero leerlos y hacer un recital algún día, pero el soneto te puede llevar a lo solemne, a la parodia, al trap, al susurro, así que tengo que investigar.
– Me da que acaba montando un espectáculo con otras personas...
– Eso es lo que más me apetece.
– ¿Y en cuanto a los temas?
– Escribí como 180 sonetos, hice una criba, luego otra con la editora... y había ido con cierto reparo a la editorial porque en fin, no sabía si le iba a gustar... Al principio escribía sobre la mano, el puente, el río. De esos han quedado pocos en el libro. Hay temas sobre los que ya había escrito, pero aquí estaba obligado a la síntesis. Hay poemas sobre recuerdos de infancia y adolescencia, a la tecnología, al cuerpo, a lo físico, y hay una búsqueda de la luminosidad, de la alegría, de ahí el título. Esa medida que a algunos les parece poco y a mí mucho: la parte irrenunciable de la alegría, esa que no debes perder. Como Jorge Drexler dice del ángulo ciego de la pena, esos rincones donde no puede entrar, pues este libro habla de eso, de los momentos y lugares a los que no llega la pena porque hay una alegría de vivir.
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