Grandes ocho miles

Nuestra doble Quincena Musical ha tenido cumbres muy importantes. De entre ellas han hecho cima momentos realmente significativos que estarán en nuestras memorias para el buen recuerdo y para la satisfacción de los propios artistas. También hubo cordadas que se quedaron en el intento y otras que ni tan siquiera salieron del campamento base, por no contar con el necesario equipamiento de ilusión o imaginación, lo cual es preocupante. Los actuales festivales de verano, casi todo se repite, ya no son como los de hace una década. ¿Qué trabajo hubiese costado, con tiempo (si se tiene) haber programado un homenaje a Claude Debussy en el centenario de su fallecimiento, o al gran Leonard Bernstein en el de su natalidad? ¡Pues nada!, pudiendo haberlos diseñado con dos o tres años de antelación. Pero para eso hay que estar al pie del cañón. Así de sencillo y así de cierto.

Con la ópera 'La italiana en Argel', se subieron bastantes farallones en relación con las que se han visto en las dos anteriores ediciones. Para ópera, de nueva creación, imaginativa, sostenible, fue el magnífico trabajo que hicieron la Escolanía Easo y el Gazte Easo, con el preciosista y elegante trabazón lírico que se hizo con la producción de 'Itsasotik eskolara'. El Orfeón Donostiarra tuvo su cruz con 'Vísperas solemnes del confesor' de Mozart y su cara con la poderosa 'Gran misa de difuntos' de Berlioz. Andra Mari coronó con elegancia e impoluta afinación la compleja montaña de 'Las Pasiones' de Haydn.

Los techos de ocho mil los escalaron la soprano navarra Raquel Andueza, que causó un cautiverio de grandes emociones; en el desaconsejable espacio de San Telmo, la mezzo Clara Mouriz sorprendió por cuanto de grande se vislumbra en su futuro; la donostiarra Arantza Ezenarro confirmó en Hondarribia lo mucho que de ella se esperaba; y en el Everest colocó su bandera el barítono Christian Gerhaher, con la hermosura de su canto dominador en el lied. ¿El año que viene 'Mendi Mendiyan'?