Cien años con Chillida
Se ha dicho que la escultura de Eduardo Chillida es un asunto público. También lo es, sin duda, el centenario que ahora celebramos. La conmemoración, que cuenta con el apoyo del Ministerio de Cultura, acude al lugar que Chillida ya ocupa -tan ligado al imaginario, a los símbolos y a la identidad vascas- para propiciar, durante 2024 y 2025, nuevas miradas y perspectivas en torno a esa fértil confluencia.
La filosofía, la música y la poesía han atravesado todo el pensamiento y la producción artística del artista donostiarra, un legado que cuida y divulga la Fundación Eduardo Chillida-Pilar Belzunce. Quizás por ello resulte tan difícil detenernos en un único ángulo de observación, menos todavía en ese ángulo recto que el creador ha impugnado en casi todas sus formas y dibujos.
Chillida ha sabido transformar el espacio en el que su obra se integra y ha logrado hacerlo sin imposiciones, favoreciendo el milagro de la contemplación, casi como un fenómeno atmosférico. Chillida Leku es, de modo pionero en el panorama museístico internacional, un ejemplo de esa convivencia armónica y sostenible entre el arte contemporáneo y la naturaleza.
La obra de Chillida es la plasmación de un personal diálogo con lo absoluto. Una conversación con los pies en la tierra y las manos en la materia, sea esta hierro, acero, piedra u hormigón. Esa sinceridad y rotundidad suyas, que no han eludido ninguna de las grandes preguntas que la escultura ha planteado durante el siglo XX, encarnan la singularidad de un artista cuyo mensaje de libertad se convierte, 100 años después de su nacimiento, en todo un acontecimiento cultural.
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