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En 'Ciento volando', la directora Arantxa Aguirre (Madrid, 1965) se acerca a la figura y obra de Eduardo Chillida a través de la mirada oblicua de quienes le conocieron. Y en lugar de hacerlo en entrevistas mirando a cámara, la evocación de familiares, colaboradores y ... compañeros se realiza a través de conversaciones con la actriz Jone Laspiur durante unos paseos por las campas de Zabalaga. La película, que se pudo ver en el pasado Zinemaldia y que llega a las salas comerciales el próximo viernes, está dedicada a la memoria de uno de sus participantes, Koldobika Jauregi, fallecido poco después del rodaje.
– ¿Fue difícil abordar una vez más la figura y las obras de Chillida, que tantas veces se ha contado y se han filmado?
– Claro que sí. Era un auténtico desafío, que siempre implica una subida de adrenalina que te hace crecerte y dar lo mejor. Por otra parte, me tranquilizaba mucho saber que los grandes artistas siempre necesitan ser revisitados, no te puedes quedar con una interpretación y punto final. Seguirán necesitando miradas frescas y aproximaciones distintas y, en ese sentido, me siento parte de un río que no terminará en mi película.
– En cuanto a la forma, optó por una suerte de ficción en la que una joven interpretada por Jone Laspiur hace de hilo conductor.
– Era muy importante la forma porque estamos hablando de un artista plástico y debíamos hacer honor a ese mundo al que entrábamos. Tuvimos que buscar una forma y una estructura, y el recurso a la actriz me pareció positivo porque los contrastes siempre funcionan. El hecho de estar hablando de un hombre cuyo centenario celebramos oponiéndolo a una mujer joven era una buena dinámica. Por otra parte, Chillida no forma parte de un pasado remoto, sino que todavía hay muchas personas que trabajaron con él y le conocieron. Mi deber era acercarme a ellas, pero hacerlo con el clásico recurso del 'busto parlante' me parecía muy poco sugerente. Por eso, lo planteé como como una serie de conversaciones, inspirándome en el libro de Azorín 'Andando y pensando' que Chillida tenía en su biblioteca. Era bonito organizar la película en torno a paseos en Chillida Leku.
– Por un lado, están los familiares. Por otro, sus compañeros de trabajo y finalmente, los críticos, expertos y otros artistas.
– Quería que fuera una visión caleidoscópica porque la verdad, si es que existe, se compone de muchos puntos de vista. No hay uno absoluto y verdadero, sino que debes escuchar distintas aproximaciones. Intenté que entre todos ayudaran a descubrir el enigma de esta persona.
– En un momento, su nieto Mikel dice que Eduardo fue «un hombre sin ocio» para ilustrar su entrega al trabajo.
– Lo incluí en la película porque a mí también me pareció muy llamativo. El bar y la vida social en el ocio están muy arraigados en la cultura vasca. En este mundo nuestro de los zuritos, Chillida es una rara avis y esto tiene que ver con su sensibilidad. Este rasgo tiene que ver con una forma de ser introvertida y espiritual. Nos habla mucho de quién era.
– Recurre al dron para mostrar 'Buscando la luz III' como no la habíamos visto, pero lo hace de forma muy puntual, aunque habrá sido una tentación, supongo...
– Sí, sí, trato de rehuir esa tentación porque me parece que se abusa del dron. Sólo lo uso cuando no hay otra manera de contar lo que quiero. Prefiero no usarlo porque pierde valor y tú pierdes control, aunque haya un operador que no puede ser tan preciso como con el trípode. Chillida es un artista muy elegante y te marca el camino. Cuando trabajas con un artista tienes que bailar al ritmo que te marca, en su caso, un ritmo elegante en el que no cabía abusar de los drones como se hace cada dos por tres. No le haría justicia a Chillida, así que claro que me he contenido porque así era también Eduardo.
– A tres meses vista, ¿cree que fue bueno para la película que se programara en el Zinemaldia?
– Fue estupendo, con la familia presente y en su ciudad natal. Ya sabemos lo que son los festivales con decenas y decenas de películas, pero todos estamos felices de estar ahí, que era donde se debía estrenar.
– La película le llegó como encargo.
– Sí, de la productora de Barcelona A Contracorriente. Mi propósito fue convertir ese encargo en algo mío y para eso tenía muchos ganchos de los que tirar porque ha significado una vuelta a mis raíces ya que mi padre es donostiarra. Conocía la obra de Chillida en los veranos de mi infancia que pasé en casa de mis abuelos. En el fondo, lo más importante no es el tema que tú tratas, sino cómo lo abordas. En ese sentido, bienvenidos los encargos si consigues hacer algo relevante y que interese a los demás.
– ¿Falta una biografía independiente de Chillida?
– Siempre va a faltar. Necesitamos seguir estudiando a estos personajes tan importantes para hacer honor a nuestra cultura porque siempre nos dicen cosas nuevas a medida que pasa el tiempo. Son la espuma de nuestra cultura, que también tiene sus cosas horribles y más negativas.
– ¿Se dejó algo en el tintero?
– Eso siempre porque es imposible abarcarlo todo. Casi tengo la sensación de que es ahora cuando ya estoy lista para hacer la película sobre Chillida porque ya es cuando más sé de él. Los que somos perfeccionistas nos damos cuenta siempre de todo lo que nos falta y por supuesto, que podía haberlo hecho mejor o de otra manera. Pero para no perecer en la angustia, sigues adelante. Tampoco tengo la sensación de haber terminado, pero estoy segura de que seguiré dándole vueltas al personaje.
– Después de este trabajo, ¿quién es para usted Chillida?
– Era una persona muy honesta consigo mismo. Alguien que no pensaba en su imagen o en lo que pensaran los demás. Se formulaba las preguntas a sí mismo y esto me parece muy raro en el mundo de hoy, en el que tan pendientes estamos de la imagen exterior.
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